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sábado, 9 de octubre de 2010

FIESTAS DEL PILAR 2010



DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
EL EXTRANJERO
La trama del Evangelio de este domingo
no está en una simple distinción
edificante entre gente agradecida y
gente que no lo es. No es la cortesía o
de la buena educación lo que se dilucida
aquí, sino la fe de aquellos hombres,
su relación con ese Dios en quien
creían. El protagonista será alguien doblemente
marginado social mente: por
leproso y por extranjero.
El pecado que se reprueba en este
Evangelio, es precisamente el de no tener
fe creyendo que se tiene. Aquellos
leprosos que no volvieron a dar gracias
a quien les había curado, no eran extranjeros
sino judíos, consideraban que
tenían “derecho” a la curación, que era
lo menos que podía hacer por ellos
“su” Dios. De manera que aquella curación
fue recibida como quien recibe
su correspondiente pago por los servicios
prestados: Dios pagaba con moneda
de curación. Y por eso, una vez
ajustadas las cuentas, ¡Dios y ellos...
estaban en paz, no se debían nada!
Sin embargo había otro leproso,
que por no tener no tenía ni el pasaporte
judío. Este leproso era extranjero,
sin derechos oficiales ante Dios. Lo
cual significaba que si sucedía lo que
de hecho sucedió, no era más que por
un puro regalo indebido, por una gracia
inmerecida, por un don inesperado.
Efectivamente, no basta con pertenecer
oficialmente a una comunidad
de sal vación, como era la judía, y
como es nuestra Iglesia. No tenemos
un derecho sobre Dios hasta el punto
de poder cobrar nuestro servicio y
nuestra virtud con una mo neda de las
que no se devalúan (luz, paz, salud...).
Si Dios nos concede cualquier gracia,
es por pura gracia, sin que ello deba
generar en nuestra vida cristiana acti -
tudes como las que Jesús denuncia veladamente
en aquellos leprosos
desagradeci dos: la arrogancia, la vanagloria,
la inercia y la rutina.
Aquel samaritano, reconoció a Jesús,
le pidió una gracia, la acogió y
después la agradeció. Fue un hombre
que se adhirió al Señor con su vida tal
cual: enferma y extranjera. Y en su realidad
concreta fue alcanzado por la
gracia. ¿Tendremos noso tros, desde
nuestra extranjería y desde nuestra enfermedad,
el valor para gritar también:
Jesús, maestro, ten compasión de nosotros?
Pidamos al Señor la gracia de
pertenecerle cada vez más, poniendo
fin a todas nuestras lejanías; pidámosle
que vende nuestras heridas, terminando
todas nuestras enfermedades
que nos enfrentan a otros por fuera y
nos dividen a nosotros mismos por
dentro.
† Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca

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