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sábado, 28 de agosto de 2010

REFLEXIÓN DOMINICAL: INVITADOS A LA MESA DE LOS POBRES

REFLEXION TOMADA  DE  LA PAGINA    http://www.infodecom.com/  de la  conferencia  episcopal de  bolivia...

SANTA CRUZ - infodecom


Dos parábolas con sus correspondientes exhortaciones aparecen en el evangelio de este domingo (Lc 14, 7-14). En ambas se trata de un banquete, de una boda y una cena. En la primera se exalta la virtud de la humildad como actitud fundamental de los invitados a la boda y del comportamiento cristiano, en la segunda se exhorta a los anfitriones a invitar a los pobres, lisiados, cojos y ciegos, porque ninguno de ellos puede recompensar nada, de modo que el gran valor destacado por Jesús al hablar del Reino de Dios es la gratuidad.



Poner a los pobres como objetivo prioritario de la mesa compartida de nuestra tierra sigue siendo el gran desafío de la economía de nuestro mundo globalizado. El carácter festivo y universal de la mesa común es un rasgo que define la presencia salvadora de Dios en el mundo. Sin embargo, los pobres, sólo por el hecho de ser tales, son, en la perspectiva del evangelio, los primeros en el Reino de Dios. El Dios de Jesús no quiere los protocolos de nuestros banquetes, porque para él los últimos serán los primeros, es decir, los que no cuentan en la sociedad, los marginados y excluidos, son sus predilectos. Por eso Jesús proclama dichosos a los que asuman esa nueva visión del panorama social y actúen de esa forma, y no deja de criticar abiertamente a los que pretenden copar los primeros puestos en los banquetes y sostienen ese sistema excluyente de relaciones humanas.



Una simple mirada a nuestro mundo nos sigue revelando las enormes desigualdades entre los enriquecidos y los empobrecidos, ya sean éstos, países, pueblos o personas. Especialmente es clamorosa la injusticia imperante entre el primer y el tercer mundo. Dos mundos separados por un gran abismo, que no es ni la línea del ecuador, ni la de los trópicos, ni la franja del Mediterráneo o la del Caribe, sino la del corazón de los seres humanos que tantas veces, insensatos y arrogantes, sigue anteponiendo la soberbia, la codicia y la obstinación ciega (Si 3,17-33) del sistema económico reinante y mortal en toda la tierra, a la inversión de valores propuesta por Jesús, para el cual la humildad, la solidaridad y la gratuidad son las características fundamentales de la mesa compartida.



El mensaje de la prioridad de los últimos y de los pobres como propuesta alternativa al mundo injusto también ha sido y sigue siendo acogido con alegría por una muchedumbre innumerable de espíritus justos que han sido transformados (Heb 12,23) por la palabra y el Espíritu de Jesús. Éste es mediador de una Alianza Nueva porque el espíritu que le llevó a derramar su sangre en la cruz consumando el amor nupcial de Dios con la humanidad ha sido comunicado al corazón de los hombres haciéndonos capaces de vivir la gran alegría de ese amor en la gratuidad, en la humildad y en el perdón, como valores humanos que impregnan un dinamismo nuevo y una nueva visión de la realidad. Desde esta Nueva Alianza, celebrada en cada Eucaristía, banquete de bodas por antonomasia de la vida cristiana, es posible renovar, en comunión con el Señor y con la Iglesia, la esperanza inquebrantable en que, desde la montaña de Sión, desde la ciudad de Jerusalén, es decir, desde el encuentro con Jesús en su pasión colmada de amor, caminamos a la ciudad del Dios viviente, a la reunión de los que han sido transformados por el espíritu de la justicia consagrando su vida a los últimos.



Quiero destacar particularmente hoy la humildad, la solidaridad y la gratuidad de la que dan testimonio a favor de los últimos, los voluntarios y voluntarias que se entregan a la causa de los pobres, y poniendo en práctica el Evangelio, en cualquier lugar del planeta. Desde Bolivia, y más concretamente desde nuestra casa Oikía, en Santa Cruz de la Sierra, una casa de acogida a los niños de la calle, exponente significativo de los más pobres y marginados en este tipo de ciudades, es encomiable el testimonio solidario y entusiasta, humilde y gratuito de los que trabajan como educadores y colaboradores en este proyecto y de las personas generosas y solidarias que nos apoyan haciéndose auténticos prójimos samaritanos de todos los niños marginados. En nuestra casa un grupo de jóvenes y adultos, formado por una veintena de personas, en su mayoría universitarios, bolivianos y europeos, capitaneado por Daniel, el director, liberan gran parte de su tiempo para servir a los chicos y chicas de la calle e invitar a la mesa cada día a los más pobres. Por todos ellos, por el espíritu que les impulsa y por el entusiasmo de su entrega doy gracias a Dios de todo corazón, al igual que hacen espontáneamente nuestros niños al bendecir el pan en nuestra mesa compartida en la gratuidad.

viernes, 27 de agosto de 2010

hoy celebramos a SANTA MONICA MADRE DE SAN AGUSTIN DE HIPONA

Madre de San Agustín


Martirologio Romano: Memoria de santa Mónica, que, muy joven todavía, fue dada en matrimonio a Patricio, del que tuvo hijos, entre los cuales se cuenta a Agustín, por cuya conversión derramó abundantes lágrimas y oró mucho a Dios. Al tiempo de partir para África, ardiendo en deseos de la vida celestial, murió en la ciudad de Ostia del Tíber (387).

Etimológicamente: Mónica = Aquella que disfruta de la soledad, es de origen griego.

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

Hoy celebramos a Santa Mónica, que con su testimonio logró convertir a su marido, a su suegra y a su hijo, San Agustín, quién también, es un gran santo de la Iglesia.

Santa Mónica fue una mujer con una gran fe y nos entregó un testimonio de fidelidad y confianza en Dios, por lo que alcanzó la santidad cumpliendo con su vocación de esposa y madre.

Un poco de historia

Mónica, la madre de San Agustín, nació en Tagaste (África del Norte) a unos 100 km de la ciudad de Cartago en el año 332.
Formación

Sus padres encomendaron la formación de sus hijas a una mujer muy religiosa y estricta en disciplina. Ella no las dejaba tomar bebidas entre horas (aunque aquellas tierras son de clima muy caliente ) pues les decía : "Ahora cada vez que tengan sed van a tomar bebidas para calmarla. Y después que sean mayores y tengan las llaves de la pieza donde esta el vino, tomarán licor y esto les hará mucho daño." Mónica le obedeció los primeros años pero, después ya mayor, empezó a ir a escondidas al depósito y cada vez que tenía sed tomaba un vaso de vino. Más sucedió que un día regañó fuertemente a un obrero y éste por defenderse le gritó ¡Borracha ! Esto le impresionó profundamente y nunca lo olvidó en toda su vida, y se propuso no volver a tomar jamás bebidas alcohólicas. Pocos meses después fue bautizada ( en ese tiempo bautizaban a la gente ya entrada en años) y desde su bautismo su conversión fue admirable.

Su esposo

Ella deseaba dedicarse a la vida de oración y de soledad pero sus padres dispusieron que tenía que esposarse con un hombre llamado Patricio. Este era un buen trabajador, pero de genio terrible, además mujeriego, jugador y pagano, que no tenía gusto alguno por lo espiritual. La hizo sufrir muchísimo y por treinta años ella tuvo que aguantar sus estallidos de ira ya que gritaba por el menor disgusto, pero éste jamás se atrevió a levantar su mano contra ella. Tuvieron tres hijos : dos varones y una mujer. Los dos menores fueron su alegría y consuelo, pero el mayor Agustín, la hizo sufrir por varias décadas.

La fórmula para evitar discusiones.

En aquella región del norte de Africa donde las personas eran sumamente agresivas, las demás esposas le preguntaban a Mónica porqué su esposo era uno de los hombres de peor genio en toda la ciudad, pero que nunca la golpeaba, y en cambio los esposos de ellas las golpeaban sin compasión. Mónica les respondió : "Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando él grita, yo me callo. Y como para

Mónica, Santa

pelear se necesitan dos y yo no acepto entrar en pelea, pues....no peleamos".

Viuda, y con un hijo rebelde

Patricio no era católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su generosidad tan grande hacia los pobres, nunca se opuso a que dedicará de su tiempo a estos buenos oficios.y Quizás, el ejemplo de vida de su esposa logro su conversión. Mónica rezaba y ofrecía sacrificios por su esposo y al fin alcanzó de Dios la gracia de que en el año de 371 Patricio se hiciera bautizar, y que lo mismo hiciera su suegra, mujer terriblemente colérica que por meterse demasiado en el hogar de su nuera le había amargado grandemente la vida a la pobre Mónica. Un año después de su bautizo, Patricio murió, dejando a la pobre viuda con el problema de su hijo mayor.

El muchacho difícil

Patricio y Mónica se habían dado cuenta de que Agustín era extraordinariamente inteligente, y por eso decidieron enviarle a la capital del estado, a Cartago, a estudiar filosofía, literatura y oratoria. Pero a Patricio, en aquella época, solo le interesaba que Agustín sobresaliera en los estudios, fuera reconocido y celebrado socialmente y sobresaliese en los ejercicios físicos. Nada le importaba la vida espiritual o la falta de ella de su hijo y Agustín, ni corto ni perezoso, fue alejándose cada vez más de la fe y cayendo en mayores y peores pecados y errores.

Una madre con carácter

Cuando murió su padre, Agustín tenía 17 años y empezaron a llegarle a Mónica noticias cada vez más preocupantes del comportamiento de su hijo. En una enfermedad, ante el temor a la muerte, se hizo instruir acerca de la religión y propuso hacerse católico, pero al ser sanado de la enfermedad abandonó su propósito de hacerlo. Adoptó las creencias y prácticas de una la secta Maniquea, que afirmaban que el mundo no lo había hecho Dios, sino el diablo. Y Mónica, que era bondadosa pero no cobarde, ni débil de carácter, al volver su hijo de vacaciones y escucharle argumentar alsedades contra la verdadera religión, lo echó sin más de la casa y cerró las puertas, porque bajo su techo no albergaba a enemigos de Dios.

La visión esperanzadora

Sucedió que en esos días Mónica tuvo un sueño en el que se vio en un bosque llorando por la pérdida espiritual de su hijo, Se le acercó un personaje muy resplandeciente y le dijoÑ "tu hijo volverá contigo", y enseguida vio a Agustín junto a ella. Le narró a su hijo el sueño y él le dijo lleno de orgullo, que eso significaba que ello significaba que se iba a volver maniquea, como él. A eso ella respondió: "En el sueño no me dijeron, la madre irá a donde el hijo, sino el hijo volverá a la madre". Su respuesta tan hábil impresionó mucho a su hijo Agustín, quien más tarde consideró la visión como una inspiración del cielo. Esto sucedió en el año 437. Aún faltaban 9 años para que Agustín se convirtiera.

La célebre respuesta de un Obispo

En cierta ocasión Mónica contó a un Obispo que llevaba años y años rezando, ofreciendo sacrificios y haciendo rezar a sacerdotes y amigos por la conversión de Agustín. El obispo le respondió: "Esté tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas". Esta admirable respuesta y lo que oyó decir en el sueño, le daban consuelo y llenaban de esperanza, a pesar de que Agustín no daba la más mínima señal de arrepentimiento.

El hijo se fuga, y la madre va trás de él

A los 29 años, Agustín decide irse a Roma a dar clases. Ya era todo un maestro. Mónica se decide a seguirle para intentar alejarlo de las malas influencias pero Agustín al llegar al puerto de embarque, su hijo por medio de un engaño se embarca sin ella y se va a Roma sin ella. Pero Mónica, no dejándose derrotar tan fácilmente toma otro barco y va tras de él.

Un personaje influyente

En Milán; Mónica conoce al santo más famoso de la época en Italia, el célebre San Ambrosio, Arzobispo de la ciudad. En él encontró un verdadero padre, lleno de bondad y sabiduría que le impartió sabios. Además de Mónica, San Ambrosio también tuvo un gran impacto sobre Agustín, a quien atrajo inicialmente por su gran conocimiento y poderosa personalidad. Poco a poco comenzó a operarse un cambio notable en Agustín, escuchaba con gran atención y respeto a San Ambrosio, desarrolló por él un profundo cariño y abrió finalmente su mente y corazón a las verdades de la fe católica.

La conversión tan esperada

En el año 387, ocurrió la conversión de Agustín, se hizo instruir en la religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección de ese año se hizo bautizar.

Puede morir tranquila

Agustín, ya convertido, dispuso volver con su madre y su hermano, a su tierra, en África, y se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había conseguido todo lo que anhelaba es esta vida, que era ver la conversión de su hijo. Ya podía morir tranquila. Y sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, mientras madre e hijo admiraban el cielo estrellado y platicaban sobre las alegrías venideras cuando llegaran al cielo, Mónica exclamó entusiasmada: " ¿Y a mí que más me amarra a la tierra? Ya he obtenido de Dios mi gran deseo, el verte cristiano." Poco después le invadió una fiebre, que en pocos días se agravó y le ocasionaron la muerte. Murió a los 55 años de edad del año 387.

A lo largo de los siglos, miles han encomendado a Santa Mónica a sus familiares más queridos y han conseguido conversiones admirables.

En algunas pituras, está vestida con traje de monja, ya que por costumbre así se vestían en aquél tiempo las mujeres que se dedicaban a la vida espiritual, despreciando adornos y vestimentas vanidosas. También la vemos con un bastón de caminante, por sus muchos viajes tras del hijo de sus lágrimas. Otros la han pintado con un libro en la mano, para rememorar el momento por ella tan deseado, la conversión definitiva de su hijo, cuando por inspiración divina abrió y leyó al azar una página de la Biblia.

Oración
Santa Mónica, te pedimos en este día que nos ayudes a vivir nuestra vocación cerca de Dios, confiando siempre en que la oración constante y sencilla es un instrumento eficaz para transformar los corazones de quienes nos rodean.

Amén.

domingo, 22 de agosto de 2010

DOMINGO 21 TIEMPO ORDINARIO “C”

22-Agosto-2010

Las Lecturas de este Domingo nos recuerdan nuestro camino al Cielo. El Señor nos habla en el Evangelio (Lc. 13, 22-30) de la “puerta estrecha” que lleva al Cielo ... y de los que quedarán fuera.

El comentario de Jesús se da a raíz de una pregunta que le hace alguien durante una de sus enseñanzas, mientras iba camino a Jerusalén. “Señor: ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” Y Jesús “pareciera” que no responde directamente sobre el número de los salvados. Pero con su respuesta nos da a entender varias cosas.

Primero: que hay que esforzarse por llegar al Cielo. Nos dice así: “Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta”. Lo segundo que vemos es que la puerta del Cielo es “angosta”. Además nos dice que “muchos tratarán de entrar (al Cielo) y no podrán”.

Sobre cómo es el camino y la puerta del Cielo y cómo es el camino y la puerta del Infierno, y sobre el número de los salvados, hay otro texto evangélico similar y complementario de éste, en el que nos dice así el Señor:

“Entren por la puerta angosta, porque la puerta ancha y el camino amplio conducen a la perdición, y muchos entran por ahí. Angosta es la puerta y estrecho el camino que conducen a la salvación, y pocos son los que dan con él” (Mt. 7, 13-14).

O sea que, según estas palabras de Jesucristo, es fácil llegar al Infierno y muchos van para allá ... y es difícil llegar al Cielo y pocos llegan allí.

Con razón nos dice el Señor que necesitamos esforzarnos. Y ... ¿en qué consiste ese esfuerzo? El esfuerzo consiste en buscar y en hacer solamente la Voluntad de Dios. Y esto que se dice tan fácilmente, no es tan fácil. Y no es tan fácil, porque nos gusta siempre hacer nuestra propia voluntad y no la de Dios.

Hacer la Voluntad de Dios es no tener voluntad propia. Es entregarnos enteramente a Dios y a sus planes y designios para nuestra vida. Es aún más: hacer la Voluntad de Dios es ceñirnos a los criterios de Dios ... y no a los nuestros. Es decirle al Señor, no cuáles son nuestros planes para que El nos ayude a realizarlos, sino más bien preguntarle: “Señor ¿qué quieres tú de mí”. Es más bien decirle: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu Voluntad. Haz conmigo lo que Tú quieras”.

Y ... ¿oramos así al Señor? Si oramos así y si actuamos así, estamos realizando ese esfuerzo que nos pide el Señor para poder entrar por la “puerta angosta” del Cielo.

Pero si no buscamos la Voluntad de Dios, si no cumplimos con sus Mandamientos, si lo que hacemos es tratar de satisfacer los deseos propios y la propia voluntad, podemos estar yéndonos por el camino fácil y ancho que no lleva al Cielo, sino al otro sitio.

Y ... ¿cómo es ese otro sitio? Aunque en este texto del Evangelio que hemos leído hoy, Jesús no nombra directamente ese otro sitio con el nombre de “Infierno”, sí nos da a entender cómo será. Además, es bueno saber que Jesucristo lo nombra de muchas maneras, en muchas otras ocasiones.

Y es bueno saber que el Infierno es una de las verdades de nuestra Fe Católica que está apoyada por el mayor número de citas bíblicas. A veces el Señor lo llama fuego, a veces fuego eterno o abismo, oscuridad, tinieblas, etc.

En el caso del Evangelio de hoy, lo describe simplemente como “ser echado fuera”. Y describe, además, cómo será el rechazo de Dios hacia los que “han hecho el mal”. Dirá así el Señor a los que han obrado mal: “Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí todos ustedes, los que han hecho el mal”. Y concluye diciendo cómo será la reacción de los malos: “Entonces llorarán ustedes y se desesperarán”.

En la Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo la semana pasada, recordábamos el misterio de nuestra futura inmortalidad y de lo que nos espera en la otra Vida. Este Evangelio de hoy nos lleva a lo mismo: nos lleva a reflexionar sobre nuestro destino final para la eternidad.

Los seres humanos nacemos, crecemos y morimos. De hecho, nacemos a esta vida terrena para morir; es decir, para pasar de esta vida a la Vida Eterna. Así que la muerte no es el fin de la vida, sino el paso a la Vida Eterna, el comienzo de la Verdadera Vida … si transitamos “el camino estrecho” de que nos habla el Señor en el Evangelio.

Nuestro destino para toda la eternidad queda definido en el instante mismo de nuestra muerte. En ese momento nuestra alma, que es inmortal, se separa de nuestro cuerpo e inmediatamente es juzgada por Dios, en lo que se denomina el Juicio Particular.

Y ¿qué es el Juicio Particular? El Juicio Particular que sucede simultáneamente con nuestra muerte, consiste en una iluminación instantánea que el alma recibe de Dios, mediante la cual ésta sabe su destino para la eternidad, según sus buenas y malas obras.

La puerta ancha y la puerta estrecha se refieren a las opciones eternas que tenemos para la otra vida: el Infierno y el Cielo. Sin embargo, hay una tercera opción -el Purgatorio- que no es eterna: las almas que allí van pasan posteriormente al Cielo, después de ser purificadas, pues nadie puede entrar al Cielo sin estar totalmente limpio. (cf. Ap. 21, 27).

¿Cómo es el Infierno? Es un estado y un lugar de castigo eterno donde van las almas que se han rebelado contra Dios y que mueren en esa actitud. La más horrenda de las penas del Infierno es la pérdida definitiva y para siempre del fin para el cual hemos sido creados: el gozo de la presencia de Dios.

¿Cómo es el Cielo? Es un estado y un lugar de felicidad perfecta y eterna donde van las almas que han obrado conforme a la Voluntad de Dios en la tierra y que mueren en estado de gracia y amistad con Dios, y perfectamente purificadas.

Sepamos que el Cielo es la meta para la cual fuimos creados, pues Dios desea comunicarnos su completa y perfecta felicidad llevándonos al Cielo. Sin embargo, lograr una descripción adecuada del Cielo es imposible. Y es imposible porque los seres humanos somos limitados para comprender y describir lo ilimitado de Dios.

Fíjense en una cosa: el día de nuestro nacimiento nacemos a la vida terrena ... y llegar al Cielo es nacer a la gloria eterna. Nuestra alma al presentarse al Cielo tiene un solo pensar, un solo sentimiento: el Amor de Dios. Y como el Amor de Dios es Infinito, es entonces, el amor más grande que podamos sentir. En efecto, en el Cielo amaremos a Dios con todas nuestras fuerzas y El nos amará con su Amor que no tiene límites. El Amor de Dios es el Amor más intenso y más agradable que podamos sentir. Es muchísimo más que todo lo que nuestro corazón ha anhelado siempre. En el Cielo ya no desearemos, ni necesitaremos nada más, pues el Cielo es la satisfacción perfecta de nuestro anhelo de felicidad.

Sin embargo, el Cielo es realmente indescriptible, inimaginable, inexplicable. Es infinitamente más de todo lo que tratemos de imaginarnos o intentemos describir. Por eso San Pablo, quien según sus escritos pudo vislumbrar el Cielo, sólo puede decir que “ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón humano puede imaginar lo que tiene Dios preparado para aquéllos que le aman” (1 Cor. 2, 9).

En la Segunda Lectura (Hb. 12, 5-7 y 11-13) San Pablo nos habla de cómo Dios nos corrige y cómo debemos aprovechar esas correcciones del Señor:

“No desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama y da azotes a sus hijos predilectos”. Nos recuerda que Dios es Padre y que todos los padres corrigen a sus hijos. Es cierto que ninguna corrección nos hace alegres, pero después pueden verse los frutos: “frutos de santidad y de paz”. Y los frutos deben alegrarnos.

Pero a veces nos comportamos incorrectamente ante las correcciones de Dios. Cuando nos cae una desgracia o sufrimos un accidente o una enfermedad, enseguida pensamos “¿por qué yo?”. Y creemos que Dios nos está castigando.

En realidad lo que denominamos “castigos” de Dios son más bien llamadas suyas para seguirle en medio de las circunstancias que El tenga dispuestas para cada uno de nosotros.

Y El, que es infinitamente sabio, sabe lo que mejor nos conviene a cada uno: lo que nos conviene para lo que verdaderamente importa, que es nuestra salvación eterna: entrar por el camino estrecho.

Cuando pensamos en que Dios nos castiga es porque perdemos de vista lo que es nuestra meta, perdemos de vista hacia dónde vamos mientras vivimos aquí en la tierra: vamos hacia la eternidad. Nos olvidamos de la otra vida, la que nos espera después de la muerte.

Pero es muy importante tener en cuenta que Dios no castiga ni premia plenamente en esta vida. Dios premia o castiga plenamente en la vida que nos espera después de morir.

De allí que el verdadero castigo de Dios sea perderlo para siempre. En eso consiste la condenación eterna, el camino ancho. Y, en realidad, no es Dios quien nos condena: somos nosotros mismos los que decidimos condenarnos, porque queremos estar en contra de Dios.

Así que lo que llamamos “castigos” de Dios, son correcciones de un Padre que nos ama, son regalos que nos El da con miras a la Vida Eterna. Pueden bien ser advertencias que El nos hace para que tomemos el camino correcto, para que nos volvamos hacia El, para que nos enrumbemos hacia la salvación y no hacia la condenación.

La Primera Lectura (Is. 66, 18-21) nos habla de que Dios ha llamado a hombres de todas las naciones, de todas las razas, de todas las lenguas. No hay excepción. De lejos y de cerca, de todas partes. La salvación es una llamada universal, no sólo para los judíos. Inclusive escogerá Sacerdotes de entre los paganos. Esto conecta con el final del Evangelio: “Vendrán muchos de oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios”. Todos están llamados: unos aceptan a Dios, otros no. Unos serán primeros y otros serán últimos.

viernes, 6 de agosto de 2010

LA TRANSFIGURACION CAMBIA LA VIDA

Lucas 9, 28-36
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle. Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Palabra  de Dios
 
 
La Transfiguración cambia la vida


Los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.

La Transfiguración cambia la vida. El hecho de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene en los Evangelios una importancia muy grande. Como la tiene después para la vida de la Iglesia, que le consagra hoy una fiesta especial, la cual reafirma nuestra esperanza en el Señor Resucitado, pues sabemos que, cuando se nos manifieste, transformará nuestros cuerpos mortales, eliminando de ellos todas las miserias, y configurándolos con su cuerpo glorioso e inmortal...

Lo que pasó en el Tabor lo sabemos muy de memoria.

Jesús, al atardecer de aquel día, deja a los apóstoles en la explanada galilea y, tomando a los tres más íntimos --Pedro, Santiago y Juan--, se sube a la cima de la hermosa montaña.

Pasa el Señor la noche en oración altísima, dialogando efusivamente con Dios su Padre, mientras que los tres discípulos se la pasan felices rendidos al profundo sueño...

Al amanecer y espabilar sus ojos los discípulos, quedan pasmados ante el Maestro, que aparece mucho más resplandeciente que el sol...

Se le han presentado Moisés y Elías, que le hablan de su próxima pasión y muerte...

Se oyen los disparates simpáticos de Pedro, que quiere construir tres tiendas de campaña y quedarse allí para siempre...

El Padre deja oír su voz, que resuena por la montaña y se esparce por todos los cielos: -¡Éste es mi Hijo queridísimo!...

Y la palabra tranquilizante de Jesús, cuando ha desaparecido todo: -¡Animo! ¡No tengáis miedo! Y no digáis nada de esto hasta que yo haya resucitado de entre los muertos...

Pedro recordará muchos años después en su segunda carta a las Iglesias:

- Si os hemos dado a conocer la venida poderosa de nuestro Señor Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque fuimos testigos de vista de su majestad. Cuando recibió de Dios Padre honor y gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: ¡Éste es mi Hijo amadísimo en quien tengo todas mis delicias! Y fuimos nosotros quienes oímos esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa.