Quiero compartir con vosotros esta reflexión que me encanto y sobre todo me puso los pelos de punta... sera posible que estamos en una sociedad carente de visibilidad o simplemente nos hemos vueltos fríos? cual la razón para llegar a esto y escuchar a nuestros mayores contando sus historias y casi derramando lagrimas al verlos?
No puedo entenderlo, o quizá no quiera entenderlo, mira no soy tan mayor creo que tengo la edad suficiente como para poder comprender que, cuanto mas mayores la gente es sabia... o sera que vivo en otro siglo y en otro planeta?
Recuerdo que cuando era niño, ver a un anciano era signo de respeto, era escuchar sus historias, era mirar sus arrugar, su cabellera blanca y sobre todo su fragilidad para caminar... todos ellos indicaban su sabiduría de la vida, habían caminado muchos kilómetros por tanto son y serán mas sabios. Hasta bíblicamente significa sabiduría... a tomar encuentra amigos nuestros abuelos también existen y son visibles no olvidéis que todos llegaremos al mismo sitio y todos seremos igual que ellos.
REFLEXIÓN:
No sé qué día es hoy, en esta casa no hay calendarios y en mi
memoria los hechos, están todos confusos. Me acuerdo de aquellos grandes almanaques,
ilustrados con las imágenes de los santos que colgábamos al lado del tocador.
Ya no hay nada de eso, todas las cosas han ido desapareciendo, y yo también me
voy borrando sin que nadie se dé cuenta.
Primero, como la familia aumentó de número, me cambiaron de
cuarto; después me pasaron a otra habitación más pequeña que compartía con una
de mis bisnietas y ahora ocupo el cuarto de los trastos, el que está en el
patio de atrás, ese cuarto al que van a parar todas aquellas cosas que ya no se
usan. Dijeron que cambiarían el vidrio roto de la ventana, pero se les olvidó y
todas las noches por allí se cuela un airecito helado que no le va nada bien a
mis dolores reumáticos.
Desde hace tiempo tengo intenciones de escribir, pero me ha sido
imposible; me he pasado semanas buscando un lápiz y cuando al fin lo encontré,
lo dejé en algún lugar seguro para poder encontrarlo fácilmente, pero me he
olvidado dónde lo puse y es que a mis años las cosas se pierden con demasiada
facilidad.
La otra tarde me di cuenta que mi voz también había
desaparecido. Lo supe porque cuando le hablo a mis nietos o a mis hijos no me
contestan, todos hablan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos
escuchando lo que dicen. A veces he intervenido en la conversación, segura de
que lo que voy a decir no se le ha ocurrido a ninguno y les va a servir de
mucho mi consejo. Pero no me oyen, no me miran, ni me responden…
¿Qué puedo hacer en estas situaciones? No lo sé, yo con una gran
tristeza, me retiro a mi cuarto y allí termino de tomar mi taza de café, o lo
que estaba haciendo.
Lo hago así para que comprendan que estoy enojada, para que se den cuenta que
me han ofendido, y vengan a buscarme y me pidan perdón… pero de momento no ha
venido nadie.
El otro día les dije que cuando me muera entonces sí me iban a extrañar, y el
nieto más pequeño me preguntó: ¿Abuela, tú todavía estás viva? Les causó tanta
gracia que no paraban de reír.
Pero yo estuve tres días llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entró uno
de los muchachos a sacar unas llantas viejas para la bicicleta y ni los buenos
días me dio. Fue entonces cuando me convencí de que soy una persona invisible.
Me sitúo en medio de la sala para ver si molestando me ven o me dicen algo,
pero mi hija me mira y sigue barriendo sin tocarme, y mis nietos pasan
corriendo de un lado a otro sin tropezar conmigo.
Cuando mi yerno se enfermó, tuve la oportunidad de serle útil,
le llevé un té especial, que yo misma preparé, se lo puse en la mesita y me
senté a esperar que se lo tomara. Él estaba mirando la televisión y ni con un
simple parpadeo me dejó entender que se daba cuenta de mi presencia. El té se
fue enfriando poco a poco… mi corazón también.
Un viernes se alborotaron los niños y me vinieron a decir que al
día siguiente nos iríamos todos al campo, me puse muy contenta, hacía tanto
tiempo que no salía, y menos al campo.
El sábado fui la primera en levantarme, quise arreglar las cosas con calma, los
viejos tardamos mucho en hacer cualquier cosa, así que me tomé mi tiempo para
estar lista a la hora de la salida. Ellos entraban y salían de la casa
corriendo, colocando bolsas y juguetes en el auto.
Yo ya estaba lista hacía rato y muy feliz me puse a un lado
esperando que terminaran los preparativos del viaje. Cuando arrancaron y el
auto desapareció envuelto en risas y cantos, comprendí que yo no estaba
invitada; tal vez porque no cabía en el auto o porque mis pasos tan lentos
impedirían que todos los demás corretearan a su gusto por el bosque.
Sentí cómo mi corazón se encogía, la barbilla me temblaba como
cuando uno ya no aguanta más las ganas de llorar. Vivo con mi familia y cada
día me hago más vieja, pero curiosamente, parece que ya no cumplo años, porque
nadie me felicita, ni lo celebramos, todos están tan ocupados… Yo los entiendo,
ellos sí hacen cosas importantes: ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan y se
besan.
Ya no sé a qué saben los besos. Antes besuqueaba a los chiquitos, era un gusto
enorme el que me daba tenerlos entre mis brazos como si fueran míos, sentía su
suave y tierna piel y su cálida respiración muy cerca de mí, sus vidas tan
nuevecitas se me metían en el corazón como un soplo de brisa fresca y hasta me
daba por cantar canciones de cuna que nunca creí recordar… Pero un día mi nieta
Laura que acababa de tener un bebé, me dijo que no era bueno que los ancianos
besaran a los niños por cuestión de salud; entonces ya no me acerqué más a los
niños, por temor a que les pasara algo a causa de mis imprudencias. Tengo miedo
de contagiarles algo terrible.
A pesar de todo yo los bendigo y los perdono, porque ¿Qué culpa tienen ellos de
que yo me haya vuelto tan poco útil?
Este relato es crudo, pero real. Muchos de nosotros no toleramos
la actitud de los ancianos, aunque ellos tuvieron toda la paciencia del mundo,
para criarnos, educarnos y ayudarnos a ser lo que somos. Ellos pusieron toda la
atención a nuestras primeras palabras, eran incomprensibles, ni sabíamos lo que
decíamos… y hoy no los escuchamos porque dicen tonterías.
Recordemos que la vida es como un eco que te devolverá lo que tú le ofreces.
Amar, cuidar, respetar a los ancianos y no hacerlos sentir invisibles, no solo
es un acto de amor, es un acto de justicia.
«Si permites que tus hijos traten a sus abuelos como en esta
historia, ya sabes cómo te tratarán cuando tu seas mayor»