Entrada destacada

FORMAR DE AGRADECER A NUESTROS CURAS

Nuestros párrocos son algunos de los miembros más trabajadores de la Iglesia. El sacerdote parroquial típico trabaja los fines de s...

Seguidores

SEGUIDME

martes, 29 de junio de 2010

SAN PEDRO Y SAN PABLO



hoy es la fiesta de San Pedro y San Pablo, en muchos puieblos tenemos a estos dos Santos Apostoles qu esiguieron a Jesus como patones, como las personas espirituales que guian los pasos de cada uno de los creyentes.
Hoy quiza debamos recordar cada gesto que tuvieron estos grandes hombres que nos enseñaron a caminar, a sufrir y llevar adelante el mensaje del reino de Dios.
Origen de la fiesta San Pedro y San Pablo son apóstoles, testigos de Jesús que dieron un gran testimonio. Se dice que son las dos columnas del edificio de la fe cristiana. Dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo.

San Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre era Simón, pero Jesús lo llamó Cefas que significa “piedra” y le dijo que sería la piedra sobre la que edificaría Su Iglesia. Por esta razón, le conocemos como Pedro. Era pescador de oficio y Jesús lo llamó a ser pescador de hombres, para darles a conocer el amor de Dios y el mensaje de salvación. Él aceptó y dejó su barca, sus redes y su casa para seguir a Jesús.

Podriamos manifestar sin temor a equivocarnos que estos grandes como los llamo yo pasaron los mejores momentos de intimidad con Dios mismo; fijense como San Pedro Paso todo esto.

Vivió momentos muy importantes junto a Jesús:

Vio a Jesús cuando caminó sobre las aguas. Él mismo lo intentó, pero por desconfiar estuvo a punto de ahogarse.

Prensenció la Transfiguración del Señor.

Estuvo presente cuando aprehendieron a Jesús y le cortó la oreja a uno de los soldados atacantes.
Negó a Jesús tres veces, por miedo a los judíos y después se arrepintió de hacerlo.
Fue testigo de la Resurrección de Jesús.
Jesús, después de resucitar, le preguntó tres veces si lo amaba y las tres veces respondió que sí. Entonces, Jesús le confirmó su misión como jefe Supremo de la Iglesia.

Pablo nació con el nombre judío de Saúl el cual mantuvo hasta su conversión. Era de una familia acomodada de Tarso, hijo de un ciudadano romano, por lo tanto ciudadano romano el también. La fecha de su nacimiento se calcula alrededor del año 3 A.D. Según se cree, Jesús nació alrededor del 6 o 7 B.C. Entonces Jesucristo sería sólo unos 10 años mayor que San Pablo.

Pues de San Pablo Sabemos que es uno de los teologos mas grandes de la historia del cristianismo y ue su vida ya no era suya sino el de Cristo.

sábado, 19 de junio de 2010

XII TIEMPO ORDINARIO DIOS VIENE EN NUESTRO RESCATE


Desde los primeros libros de la Sagrada Escritura vemos que el Pueblo de Dios esperaba al Mesías prometido. Y Dios va renovando y recordando esa promesa a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Y la humanidad espera por siglos al Mesías. ¿Por qué Dios prometió al Mesías? ¿Por qué tanta expectación?

Sucede que Dios había diseñado un plan maravilloso al colocar a la primera pareja humana en un sitio y un estado ideal de felicidad: el Paraíso Terrenal o Jardín del Edén. Pero nuestros primeros progenitores se rebelaron contra Dios, su Creador, y perdieron ellos, y nosotros sus descendientes, esa inicial condición de felicidad perfecta en que Dios los había colocado.

En ese estado de felicidad inicial los seres humanos gozábamos de privilegios especiales. Entre otras cosas, ni sufríamos, ni nos enfermábamos, ni moríamos. Además teníamos una tendencia natural a hacer el bien, un mejor conocimiento de Dios del que ahora tenemos, una relación de mayor intimidad con El.

Pero Dios, que nos creó para que pudiéramos disfrutar para siempre de su Amor Infinito, no quiso abandonarnos, ni dejarnos en la situación en que quedamos, sino que preparó y diseñó un Plan de Rescate para la humanidad, ya que los seres humanos habíamos quedado sometidos a la esclavitud del Demonio, por haber aceptado Adán y Eva la proposición que éste les había presentado en contra de Dios.

Podemos decir que habíamos quedado en una situación de secuestro. Y Dios decide salvarnos. Y Dios decide salvarnos ... El mismo. Es así como Dios viene a hacer por nosotros lo que nosotros no podíamos hacer por nosotros mismos: rescatarnos.

Llega así el momento del rescate de la humanidad. Sucede, entonces, el misterio más grande del Amor de Dios, el más grande milagro jamás realizado: Dios se hace Hombre para salvarnos. Dios viene El mismo a rescatarnos de la situación en la que nos encontrábamos. Y se inicia el Plan de Redención con el humilde “sí” de la Santísima Virgen María, al Ella aceptar ser Madre del Hijo de Dios, del Mesías que rescataría a la humanidad.

Aunque ya la idea de un Mesías sufriente había sido anunciado por el Profeta Isaías, el Pueblo de Israel esperaba -equivocado- un Mesías triunfante. Pero no se daban cuenta de que el triunfo pasaba por la Cruz y que luego vendría la Resurrección. Esto nos da la medida del precio de nuestro rescate: nada menos que la vida misma del Mesías. En efecto, Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hombre, paga nuestro rescate a un altísimo precio: con su Vida, Pasión, Muerte y posterior Resurrección.

Y ¿qué da el Mesías al género humano? Jesucristo, el Mesías prometido y esperado por tantos siglos, re-establece para los seres humanos el derecho a heredar la felicidad eterna en el Cielo, que habíamos perdido, y –adicionalmente- nos proporciona todas las gracias necesarias para obtener ésa nuestra herencia. Se lleva a cabo, entonces, el Plan de Rescate: la Santísima Trinidad en la persona del Hijo, el Mesías prometido y esperado, realiza el Misterio de la Redención.

El rescate ya está pagado. Pero para ser salvados, Dios requiere nuestra disposición a ser rescatados. Nuestra disposición consiste en buscar y hacer la Voluntad del Padre, igual que el Mesías.

Para esto, Cristo nos ha dejado todos los medios necesarios: su alimento en la Sagrada Eucaristía y su perdón en el Sacramento de la Confesión. Ayuda muy importante es también la oración, la cual nos hace dóciles y perceptivos al Espíritu Santo, para ser llevados así por el camino de la Voluntad de Dios. Con estos recursos y con nuestra participación se completa el Plan de Rescate de Dios para cada uno de nosotros. ¿Lo aprovechamos?
www.homilia.org

sábado, 12 de junio de 2010

HOMILIA XI DOMINGO ORDINARIO CICLO "C"

Hoy quiero  tomar  la  pagina completa de  Homilias para  Domingo   de  homilia.org

Las lecturas de hoy nos hablan de arrepentimiento y perdón. En la Primera Lectura vemos el caso de David (2 Sam.12, 7-13) y en el Evangelio el de la mujer pecadora (Lc. 7, 36 - 8, 3).


David es el prototipo del pecador arrepentido. La lectura de hoy nos trae precisamente el momento en que Dios, a través del Profeta Natán le señala a David, su escogido, el doble y grave pecado que había cometido: asesinato y adulterio.

Sin embargo, si leemos los versículos anteriores a esta lectura, podremos observar cómo Dios va llevando a David a ver cuán fea es su culpa, cuando el Profeta Natán le cuenta acerca de un rico ganadero que para alimentar a un visitante suyo, roba la única oveja que tenía un pobre (esto en clarísima referencia a la única esposa que tenía Urías, la cual había sido seducida por David). Por supuesto, el Rey se indigna ante la injusticia del ganadero rico. Pero ¡cuál no será su sorpresa cuando Natán le dice que ese ganadero es él mismo! Y David se arrepiente de verdad y con dolor: “¡He pecado contra el Señor!”.

Y este arrepentimiento maravilloso del Rey David nos ha dejado ese Salmo estupendo (Salmo 51), en el que David expone todos sus sentimientos y peticiones al Señor. A continuación, extraemos algunas de líneas de ese Salmo:

Misericordia, Señor, porque pequé.

Por tu inmensa compasión borra mi culpa, sana del todo mi pecado.


Reconozco mi culpa, Señor.

Contra Ti, contra Ti solo pequé: cometí la maldad que aborreces.


Rocíame con el hisopo y quedaré limpio.

Lávame y quedaré más blanco que la nieve.

Devuélveme la alegría de la salvación.

Aparta de mi pecado tu vista. Sana en mí toda culpa.

Crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme.

No me ocultes tu rostro, no me quites tu Santo Espíritu.

Mi ofrenda es un corazón arrepentido.

Mi ofrenda es un espíritu quebrantado.

Un corazón contrito y humillado, Tú Señor, no lo desprecias.

Y es importante ver que el pecado de David, aunque perdonado por su sincero y doloroso arrepentimiento tendrá consecuencias para él y su familia, entre otras, que “la muerte por espada no se apartará nunca de tu casa” y el hijo que había nacido de esa unión pecaminosa moriría (cf. 2 Sam. 12, 13-14).

¿Qué nos enseña esto? Que si bien la pena eterna consecuencia de nuestros pecados graves queda eliminada con el arrepentimiento (sin olvidar que en nuestro caso, también está la exigencia de la Confesión), la pena temporal sigue vigente. Es lo mismo que decir que nuestros pecados deben ser purificados, a pesar de haber sido perdonados. Y esa purificación puede ser aquí en la tierra o allá en el Purgatorio.

(Ver en www.buenanueva.net Purgatorio

El Evangelio nos narra el incidente de la mujer pecadora que se atreve a entrar en la casa de un fariseo que había invitado a Jesús a cenar. ¡Qué escena tan comprometedora! Una mujer de la mala vida entra, sin haber sido invitada, y se coloca a los pies de Jesús, llorando sus pecados. Con sus lágrimas le lavó los pies, cosa que Simón, anfitrión descuidado, no había hecho. Y, adicionalmente, le ungió los pies con perfume.

Los ojos de todos fijos en el Maestro y la mujer. “Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora”, piensa equivocadamente el fariseo Simón. Jesús, que sabe lo que está pensando su anfitrión, le propone un cuento al estilo del Profeta Natán con el Rey David, para ver qué responde su interlocutor.

“¿Quién ama más?”, interroga Jesús a Simón. “Supongo que aquél a quien se le perdonó más”, responde Simón correctamente. Luego pasa el Señor a reclamarle a su anfitrión que no le ha dado el trato correspondiente, que la mujer sí le ha dado: lavado de los pies, unción de los cabellos, beso de bienvenida, etc.

Simón tal vez haya cometido menos pecados que la mujer, pero está cerrado al amor. Sólo quiere averiguar quién es Jesús y -por supuesto- duda de su sabiduría y se escandaliza de su actitud hacia la mujer. Si se hubiera abierto de veras al Señor, en vez del reproche, cuánto amor no hubiera recibido de El.

Cuanto más por amor sea el arrepentimiento, como en el caso de la mujer pecadora, más recibe perdón de Dios el arrepentido. Y queda perdonada la culpa y también pudiera quedar perdonada la pena; es decir, queda perdonado el pecado y pudiera quedar borrada también la mancha que dicho pecado ha dejado en el alma.

¿Por qué es importante que no quede mancha de pecado en el alma? Porque al Cielo “no puede entrar nada manchado” (Ap. 21, 27).

En la Segunda Lectura (Gal. 2, 16-21) San Pablo nos dice que es la fe lo que nos hace justos y no el cumplimiento de la ley. Se dirige a los judíos, quienes creían en la Ley y no en Jesucristo como Salvador. La fe nos lleva a la esperanza y al amor. Y el amor a la entrega, que hace exclamar al Apóstol: “Estoy crucificado con Cristo. Vivo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”.

Ese amor que nos pide Jesús: amar a Dios por encima de todo lo demás, nos va llevando a esa unión íntima con El, pudiendo llegar a sentir también que Cristo vive en nuestro interior. Esa íntima unión nos lleva a sentir un arrepentimiento sincero y perfecto si alguna vez le fallamos. Ese amor lo describe bellísimamente la conocida poesía española inspirada en Jesús crucificado:

No me mueve, mi Dios, para quererte

el Cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el Infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme ver tu cuerpo tan herido;

muévenme tus afrentas y tu muerte.


Muéveme, en fin, tu amor y, en tal manera,

que aunque no hubiera Cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera Infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues si aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

Habla esta poesía del arrepentimiento perfecto, que es el que mueve al poeta, dejando descartado el arrepentimiento imperfecto para sí. Veamos esto con más detalle.

El pecado es para el alma lo que una enfermedad es para el cuerpo. Puede que sea una enfermedad larga, entonces diríamos que el alma se encuentra en “estado de pecado”. Puede que sea una cuestión pasajera, como un pecado cometido y perdonado enseguida o en breve tiempo.

El pecado siempre estará presente en el mundo, mientras el mundo que conocemos siga siendo mundo. Por eso Dios, bondadoso con nosotros sus hijos hasta el extremo, dejó previsto el remedio para todos nuestros pecados. Y ese remedio que nunca falla es: arrepentimiento y Confesión.

Y Dios está siempre dispuesto a perdonar al pecador arrepentido, como vemos repetidamente en la Biblia y muy elocuentemente en las lecturas de hoy.

Ningún pecado es perdonado sin el arrepentimiento. Así que esta parte del tratamiento es la más importante, ya que podría darse el caso de pecados confesados que no quedan perdonados porque no hay un arrepentimiento sincero del pecado o de los pecados cometidos.

Ahora bien, por la poesía hemos visto cómo el arrepentimiento puede ser “perfecto” o “imperfecto”. Y ambos sirven para recibir el perdón en el Sacramento de la Confesión, pero -por supuesto- el arrepentimiento perfecto es mucho mejor.

El arrepentimiento perfecto es el que hacemos porque sentimos de veras que con nuestro pecado hemos ofendido a Dios, quien merece toda nuestra lealtad y todo nuestro amor. No siempre nos arrepentimos de esta manera. Pero es saludable buscar esta forma de contrición.

¿Y por qué es tan importante la contrición perfecta? Porque ésta borra todos los pecados, ¡inclusive los pecados graves, aún antes de confesarlos! Se ve claro cuán conveniente es, enseguida de haber pecado, hacer un acto de arrepentimiento porque nuestro pecado ha ofendido a Dios

Por supuesto, estamos obligados a confesarnos a la mayor brevedad, porque bien dejó establecido Jesús el Sacramento de la Confesión: “A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados y a quienes no se los perdonen les quedan sin perdonar” (Jn. 20, 19-23).

Pero si acaso nos sorprendiera la muerte antes de la Confesión, nuestros pecados están ya perdonados por ese “arrepentimiento perfecto”. Por eso se ha dicho con sobrada razón que la contrición perfecta es la llave del Cielo. Si se diera el caso de que tuviéramos que ayudar a alguna persona en el momento de su muerte y no hay un Sacerdote disponible, debiéramos ayudar al moribundo a hacer una “contrición perfecta” de sus pecados.
Sin embargo, la bondad y misericordia de Dios que no tienen límites, tampoco nos exige como indispensable el arrepentimiento “perfecto”. El permite que nos arrepintamos también de una manera no perfecta. Se llama “contrición imperfecta” o “atrición”.

Se trata del arrepentimiento por temor. ¿Y temor a qué? Temor a las consecuencias de nuestro pecado. Y no se trata de las consecuencias humanas que también acarrean nuestras faltas, como podría ser, por ejemplo, una pena legal por un robo o un asesinato. No, las motivaciones humanas no sirven para el arrepentimiento. Se trata de las consecuencias sobrenaturales que el pecado conlleva: el castigo eterno del infierno, al que ciertamente hay que tenerle miedo. Y Dios es ¡tan bueno! que le basta como arrepentimiento ese miedo al infierno.

Ambos arrepentimientos requieren de la Confesión Sacramental. El perfecto es mejor. Pero el imperfecto, el del miedo a la condenación eterna también sirve para recibir el perdón de Dios. Para la enfermedad de nuestros pecados Dios ha puesto a nuestro alcance el remedio que no falla y además nos ha dado distintas opciones. ¡Cómo no aprovecharlas: arrepentimiento (perfecto o imperfecto) y Confesión!

sábado, 5 de junio de 2010

CORPHUS CHRISTI - PADRES DE LA IGLESIA

San Juan Crisóstomo: «Se los da a la muchedumbre por medio de sus discípulos, honrándolos así, para que no olviden el milagro que se ha verificado. No hizo de la nada aquellos alimentos para dar de comer a la muchedumbre, a fin de cerrar la boca del maniqueo, el cual dice que es ajena a Él toda criatura. Y también para demostrar que Él es quien da de comer y el mismo que dijo: “Produzca la tierra” (Gén 1,11). Multiplica también los peces, para dar a entender que no sólo se extiende su dominio a la tierra, sino que también a los mares. Ya había hecho milagros en beneficio de los enfermos, ahora los hace en beneficio de los que no están enfermos, pero que necesitan alimento».

San Gregorio Niceno: «El Señor saciaba la gran necesidad de aquellos para quienes ni el cielo llovía maná, ni la tierra, según su naturaleza en aquel sitio, producía qué comer. Pero el beneficio afluía de los graneros inagotables del divino poder. El pan se prepara y se hace en las manos de los ministros y además se multiplica, saciando el hambre de los que lo comen. Tampoco el mar administraba a la necesidad de ellos el alimento de sus peces, sino el que puso los peces en el mar».

San Ambrosio: «Aunque esta muchedumbre no es alimentada todavía con los manjares más nutritivos. Porque el primer alimento, a manera de leche, son cinco panes; el segundo siete; el tercero el Cuerpo de Cristo, que es el alimento más sólido. Si alguno se avergüenza de pedir pan, que deje todas sus cosas y acuda a la palabra de Dios. Pues cuando alguno empieza a oír la Palabra de Dios, empieza a tener hambre. Empiezan los Apóstoles viendo de qué tiene hambre. Y si aquellos que tienen hambre aún no entienden de qué lo tienen, Cristo lo sabe: sabe que no tienen hambre de alimento temporal, sino del alimento de Cristo. Los Apóstoles aún no habían comprendido que el alimento del pueblo fiel no era venal; pero Cristo sabía que nosotros seríamos redimidos y que sus banquetes serían gratuitos».

San Jerónimo: «Sin duda, el texto: “Quien come mi Cuerpo y bebe mi Sangre” (Jn 6,56) encuentra su total aplicación en el Misterio Eucarístico... Cuando acudimos a los sagrados Misterios, si cae una partícula, nos inquietamos... La Carne del Señor es verdadero manjar y su Sangre verdadera bebida. Nuestro único bien consiste en comer su Cuerpo y beber su Sangre».

San Juan Crisóstomo: «No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas».

corphus christi 2010

Corpus Domini


Sacerdocio debe transformar el mundo con amor de Dios, dice el Papa Benedicto XVI

Jesús es el verdadero y sumo sacerdote que se entrega por todo en la cruz, afirmo:
En su homilía de la Misa por la Solemnidad del Corpus Domini que celebró hoy en la Basílica de San Juan de Letrán, el Papa Benedicto XVI explicó que Jesús es el verdadero y sumo sacerdote que en la cruz se entrega por todos y cada uno de los hombres de todos los tiempos. Con su muerte el sufrimiento humano ha adquirido su pleno sentido.


En la homilía de la Misa que concluyó con una oración ante el Santísimo Sacramento, el Santo Padre señaló que "Jesús toma distancia de una concepción ritual de la religión. Verdaderamente ha sufrido y lo ha hecho por nosotros".

Al explicar la relación estrecha que existe entre sacerdocio y Eucaristía, el Santo Padre señaló, indica la nota de Radio Vaticano, que "la fuerza divina del sacerdocio de Cristo transforma la extrema violencia y la extrema injusticia en un acto supremo de amor y justicia


MANAGUA, 04 Jun. 10 / 02:53 pm (ACI)


En un encuentro realizado con más de 30 mil jóvenes de la Arquidiócesis de Managua (Nicaragua), Mons. Leopoldo Brenes, Arzobispo de la ciudad, calificó a la multitud de jóvenes como "fieras de Jesucristo", al observar el entusiasmo y la vitalidad con que "aplaudían, cantaban, danzaban y ondeaban la bandera de la Iglesia Católica".

Así lo expresó el Prelado en la 19º Vigilia Arquidiocesana de Pentecostés Juvenil que contó con la presencia del Obispo Auxiliar de Managua, Mons. Silvio José Báez;
Mons. David Zywich, Obispo Auxiliar del Vicariato Apostólico de Bluefields; y el P. Rolando Álvarez, portavoz de la arquidiócesis y coordinador general de la Pastoral Juvenil


Vengo a Chipre para señalar camino de la paz, dice el Papa Benedicto XVI


ROMA, 04 Jun. 10 (ACI).- En el habitual diálogo sostenido con los periodistas que lo acompañaron en el vuelo hacia Chipre, el Papa Benedicto XVI expresó su profundo dolor por el asesinato del Vicario Apostólico de Anatolia y Presidente de la Conferencia Episcopal de Turquía, Mons. Luigi Padovese, quien "ha contribuido mucho" a la preparación del Sínodo de los Obispos para Medio Oriente. También señaló que lleva a este país un mensaje religioso y no político para señalar el camino de la paz en la región.

Según señala Radio Vaticano, el Santo Padre señaló que "esta sombra no tiene nada que hacer con los temas y con la realidad del viaje (a Chipre), porque no debemos atribuirle a Turquía ni a los turcos este hecho. Es una cosa sobre la que tenemos poca información: sin embargo es seguro que no se trata de un asesinato político o religioso".