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viernes, 26 de noviembre de 2010

ADVIENTO DOMINGO 1º – CICLO A

DOMINGO 1º – CICLO A



« ¡Estén prevenidos, la salvación está cerca!»


PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del profeta Isaías 2, 1-5
Palabra que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión, acerca de Judá y de Jerusalén:
Sucederá al fin de los tiempos que la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas las naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos numerosos, que dirán:
«Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob! El nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén, la palabra del Señor.
El será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra. Ven, casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor!


Palabra de Dios.


SALMO Sal 121, 1-2. 4-5. 6-7. 8.9 (R.: cf. 1)


R. Vamos con alegría a la Casa del Señor.


Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la Casa del Señor»!
Nuestros pies ya están pisando
tus umbrales, Jerusalén.
Allí suben las tribus,
las tribus del Señor
-según es norma en Israel-
para celebrar el nombre del Señor.
Porque allí está el trono de la justicia,
el trono de la casa de David.


Auguren la paz a Jerusalén:
«vivan seguros los que te aman!
haya paz en tus muros
y seguridad en tus palacios!»


Por amor a mis hermanos y amigos,
diré: «La paz esté contigo.»
Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios,
buscaré tu felicidad. R.


SEGUNDA LECTURA Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 13, 11-14a


Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertarse, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz. Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Señor Jesucristo.


Palabra de Dios.
EVANGELIO


Lectura del santo Evangelio según san Mateo 24, 37-44
En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos:


Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se


casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.


Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.


Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.
Palabra del Señor.


Para reflexionar


Si escuchamos con atención las voces que nos van llegando a cada instante, podemos reconocer a grandes rasgos, dos grupos que, aunque son distintos, encajan perfectamente.


Por un lado aparecen las voces que nos vienen a través de los medios de comunicación social y que, intentando mostrarnos la realidad, machacan constantemente con el lado oscuro de la existencia del hombre y del mundo. Los informativos, los periódicos y los programas de actualidad se han convertido en profetas de calamidades. De 100 informaciones podemos decir generosamente que hay un tres por ciento de buenas y alentadoras noticias. "Lo bueno no existe".


Esto va creando un clima de perpejlidad, de miedo, de hastío en el cual lo mejor es no pensar, evadirse o… hacerle caso al otro grupo de voces que a través de la publicidad y la propaganda nos hacen promesas de la felicidad con un costo relativamente bajo. Si tenemos en cuenta que la verdadera felicidad no tiene precio; ésta se alcanza al costo de una gaseosa, de una tintura de pelo o de un yogurt que ayuda al tránsito lento entre otras cosas.


Sería absurdo negar que la realidad está llena de luces y de sombras. Un aspecto muy típico de nuestra posmodernidad es el desencanto. Estamos de vuelta de muchas grandes ilusiones y lo que se nos presenta nos invita a tener miedo al futuro, que se muestra como incierto y con frecuencia amenazador. Parece como si no hubiera más razones para la esperanza.


Estamos decepcionados de los hombres que ostentando los valores más nobles hacen grandes obras pero pueden llegar a cometer inhumanidades terribles. Estamos decepcionados de las estructuras y de las instituciones porque se han convertido en lugares de ventaja y no de servicio al hombre y a la sociedad.


Si tenemos los pies sobre la tierra, no hay lugar para pensar que todo puede ser distinto. Y a los que creen que las cosas pueden cambiar se los trata de ilusos, de hombres y mujeres que andan en las nubes.


Hacerse ilusiones, y sobre todo, vivir con ideales, aparece como un terrible pecado contra una de las grandes virtudes: el realismo. A menudo las cosas que nos rodean no nos gustan en absoluto, pero no sabemos ni vemos cómo cambiarlas. O nos da pereza. Y al fin y al cabo -nos decimos- dejando pasar el tiempo "uno se acostumbra a todo", "más vale pájaro en mano que cien volando".


Esto lleva a que muchos vivan sin ningún nivel espiritual, sin ningún proyecto de vida que haga que valga la pena vivir. Este modo de entender la vida contrasta con el que nos presentan las lecturas de hoy. Frente al ir viviendo medio dormidos por la anestesia, y medio movidos por simple inercia, el anuncio de un futuro nuevo, de un mundo distinto, se convierte en una fuerza capaz de transformar el presente.


La primera lectura, tomada del profeta Isaías, nos presenta la imagen del monte del Señor, la montaña santa que Dios se eligió en la tierra de Judá, sobre la cual se alza hasta el día de hoy Jerusalén, y se alzaba hasta hace unos 2000 años el templo de los judíos. Isaías vaticina un destino glorioso para Sión, el de convertirse en el centro del mundo y de la historia, de donde fluya sobre el mundo la Palabra y la ley justa y liberadora del Señor. Anuncia además una era de paz universal expresada con las imágenes de las espadas convertidas en arados y las lanzas en podaderas.

San Pablo nos advierte: "la salvación está más cerca que cuando empezamos a creer", y "el día está encima": no es la noche la que nos amenaza, sino el día que va a venir y que sería una pena que no lo aprovecháramos en toda su luz. Lo que se anuncia no es amenaza, sino promesa. Es un don que se nos ofrece, por eso es urgente la llamada a despabilarse.


Este domingo nos recuerda el horizonte último de la historia, que se identifica con la venida del Hijo del Hombre. Ahí se inscribe nuestra vida y se subraya la importancia de lo que está en juego. De aquí la recomendación a velar. El mensaje central del Adviento es que Dios ama a nuestro mundo y ha cumplido sus promesas superando las esperanzas humanas. Jesucristo, con su vida, muerte y resurrección ya ha traído la plenitud de la vida en Dios a los hombres y esto provoca nuestra fidelidad.


Este mensaje lleva a dos actitudes: la esperanza y la vigilancia. La esperanza es desear provocando, desear algo tan apasionadamente que me entrego a la realización de eso que espero.


Dios en Jesucristo es la raíz de la verdadera esperanza humana. Cuando todo se hunde, Él sigue fiel. La esperanza cristiana es segura: Dios siempre hace posible nuestra vida de amor y de paz. No sabemos qué pasará mañana o con qué mundo se encontrarán nuestros hijos, o cómo encararemos problemas terribles e insolubles. Nosotros creemos que Dios sigue siendo fiel; hoy, mañana y siempre. Dios nos ha prometido el Reino como una tarea, una misión, un quehacer apasionante. La esperanza cristiana es la respuesta a la promesa de Dios.


Para que la esperanza se mantenga viva necesitamos estar preparados. La vigilancia es la toma de conciencia, la salida de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, para mirar a los demás. La vigilancia no es estar en una espera pasiva pendientes del que va a venir por el horizonte sin atender al que viene y aparece cada día en el centro mismo de nuestro presente. Es estar alerta, despierto y activo en las "obras de la luz".


En el horizonte del adviento, que es el anuncio de la segunda venida para consumar el reino de Dios, se hace imprescindible la vigilancia para interpretar las señales y decidir nuestro camino, nuestro compromiso, lo que podemos y tenemos que hacer para facilitar el reinado de Dios, que es justicia y amor y paz para todos. La vigilancia tiene que ser como los ojos de nuestra esperanza.


La llamada a la vigilancia significa vivir sin demasiadas seguridades, constatar nuestras debilidades y equivocaciones, arrepentirnos y volver a empezar. Es la manera de estar atentos a la presencia viva, amorosa, exigente de Dios en cada momento de nuestra vida.


El cristiano vela no porque tenga miedo a la llegada del "Señor". Sino porque quiere que el Señor, cuando se presente -y siempre será de improviso- lo encuentre comprometido en la construcción de una ciudad terrena más justa, fraterna, habitable.


Esta esperanza de lo que parece imposible, del reino de Dios, no anula nuestras legítimas esperanzas, las pequeñas esperanzas de cada día, sino que las convierte en señales que van marcando el camino de nuestro éxodo de la esclavitud hacia el reino de la libertad, hacia la casa del Padre.


La venida última tendrá lugar al final de los días. Mientras tanto a nosotros nos interesa especialmente la venida de Dios a la vida ordinaria, a ésa que nos recuerda el Evangelio de hoy al aludir a Noé, a los dos hombres que están en el campo y a las dos mujeres que muelen o al ladrón nocturno. Dios siempre viene como salvación del hombre.


Adviento es tiempo de vigilar escuchando la Palabra y caminando a la luz del Señor; leyendo en profundidad los acontecimientos; penetrando en el misterio de la persona y de la historia, bajo la acción del Espíritu que pone en marcha nuestra esperanza, que es la esperanza del mundo. Vigilar es creer; es comprometerse; es sobre todo y siempre, esperar.


Adviento: tiempo de esperanza, de salvación. Hora de estar atentos y de mirar al futuro con la certeza de que el Señor cumple sus promesas y que por eso tiene sentido nuestro caminar construyendo el reino.


…Así nos ocurre también a nosotros al mirar la realidad de nuestros pueblos y de nuestra Iglesia, con sus valores, sus limitaciones, sus angustias y esperanzas. Mientras sufrimos y nos alegramos, permanecemos en el amor de Cristo viendo nuestro mundo, tratamos de discernir sus caminos con la gozosa esperanza y la indecible gratitud de creer en Jesucristo. El es el Hijo de Dios verdadero, el único Salvador de la humanidad. La importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad, consiste en que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. "Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad"[1]. En el clima cultural relativista que nos circunda, donde es aceptada solo una religión natural, se hace siempre más importante y urgente radicar y hacer madurar en todo el cuerpo eclesial la certeza que Cristo, el Dios de rostro humano, es nuestro verdadero y único salvador... (Aparecida 22)
(fuente: http://nicolasretes.blogspot.com )

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