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martes, 16 de marzo de 2010

La Cuaresma, estima de la vida en Jesucristo

 La Cuaresma, tiempo de conversión

Las palabras que acompañan el rito de la ceniza Conviértete y cree en el evangelio (Mc 1, 15) condensan el mensaje anunciado por Jesús. Su predicación se orienta a que todos tomen conciencia de que la vida está guiada por Dios. La llamada a la conversión está indisociablemente unida al anuncio de la llegada de su reinado. Sin conversión no llega ese reino. Conversión del corazón significa invertir la tendencia de construir el núcleo más íntimo de nuestras vidas en torno al yo y poner en el centro a Dios. En palabras de san Agustín: «Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma, la segunda se gloría en el Señor. Aquélla solicita de los hombres la gloria; la mayor gloria de ésta se cifra en tener a Dios como testigo de su conciencia» (La ciudad de Dios XIV, 28, Obras XVII, 137). La conversión es, ante todo, radical y profunda para romper la vida petrificada y sin poros hacia Dios. El amor divino es siempre el mejor resorte para mover a este esfuerzo. La conversión no consiste en que, de repente, nos pongamos a ser buenos, para evitar que Dios descargue su venganza sobre nosotros, sino en reconocer ante su presencia misericordiosa nuestra infidelidad y olvido.
Las tentaciones de Jesús en el desierto ilustran este aspecto de prueba de la vida cristiana y son un buen guión para un análisis de nuestra conciencia (Mt 4, 1-11; Mc 1, 12-15; Lc 4, 1-13). Se trata en substancia de poner a Dios en el lugar que le corresponde, sin negar la importancia de la creación y su sentido. El hombre ciertamente vive de pan, pero no sólo de pan, sino de «toda palabra que sale de la boca de Dios». Cuando todo queda reducido a lo útil, falta la gratuidad de la Palabra divina; cuando se pretende afirmarse por el poder y la gloria, falta la sumisión al Señor; cuando se entiende la acción de Dios con un sentido mágico, falta el abandono en Él. Esta es la prueba que tenemos que superar. Podría aspirarse a una vida fácil sin tentaciones ni pruebas, pero sería ilusoria porque resultaría artificial. Pues Jesús nos ha dado el camino de la opción a realizar para que nuestra vida sea salvada. La vida no nos exime de las pruebas, pero la enseñanza de Cristo descarta la última derrota.

El pasaje de Lucas (15,11-32), [Parábola del Hijo pródigo] que recordamos en cuaresma, es toda una justificación y una defensa incuestionable de Dios como Padre que, viendo de lejos que su hijo vuelve, sale a su encuentro para hacerle menos penosa y más humana su vuelta. Jesús propone esta imagen de Dios, que ofrece a los pecadores y perdidos oportunidades infinitas de perdón, para responder a los que se escandalizan de este modo de actuar. Por eso antes que el personaje del hijo que se arrepiente, está la persona del Padre, de Dios, que nunca abandona a sus hijos, que nunca los olvida y que organiza una fiesta por la recuperación del hijo perdido. Por eso lo que más importa en nuestra vida no es lo que nosotros hacemos, sino lo que le dejamos hacer a Dios en nosotros.

Las lecturas de los domingos de cuaresma presentan los motivos fundamentales de la conversión cristiana. Recuerdan las intervenciones maravillosas de Dios para iluminar así nuestras pruebas y dar sentido a nuestra vida. Por eso leemos unos textos muy comentados en la tradición cristiana: el relato de la vocación de Abrahán, la revelación de ser pueblo elegido de Dios con quien hace una alianza; las enseñanzas de Pablo a las comunidades cristianas a quienes define ciudadanos del cielo (Flp 3, 20). Son una invitación a renovar el motivo decisivo de la conversión, que consiste en buscar y dirigirse a Dios, compasivo y misericordioso, que tiene infinita paciencia.

La doctrina y la vida de Jesús son siempre el mejor estímulo para nuestra conversión. Todos los ejemplos humanos que pudiéramos proponer, de un modo o de otro, terminarían por defraudarnos. Por eso, es importante reconocer en la conducta de Jesús con los pecadores una intención explícita: reflejar y actualizar el amor reconciliador del Padre. Las parábolas de la misericordia pronunciadas por Él describen la experiencia del perdón, que es siempre liberadora. La cuaresma proclama la misericordia divina, que nunca se agota en el ofrecimiento del perdón de los pecados. Para tomar conciencia de cuanto obstaculiza el proyecto de Dios en la historia vale más su amor como lo presenta Jesús, que el escepticismo o la atracción de los proyectos humanos. La presencia amorosa de Dios es una invitación sugerente a descubrir la propia falta.

FUENTE: CELADA LUENGO, Gregorio; La Cuaresma, estima de la vida en Jesucristo, en Vida Sobrenatural, nº 643, 2006, p. 93-95.

2 comentarios:

  1. Paso a saludar y leer. Encuentro paz al hacerlo. Dejo un beso a la distancia, cuidate. Fue un placer pasar y sentir mi alma en calma.

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  2. me ha gustado mucho esta entrada y recordar las dos ciudades de San Agustín que las tenía olvidadas.
    Lo más difícil es mantener la conversión de cada día.

    Me parece que ha cambiado el blog ¿Verdad? Me gusta más así, ha quedado estupendo.
    Vendré más a menudo para instruirme en la palabra de Dios.
    un saludo cariñoso

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