Hoy en el dia de Santa Agueda os saludo a todos hermanos parroquianos que la Paz y el Amor de Dios Padre habite en cada uno de vuestros hogares.
Estamos en camino, Dios nos da la oportunidad de seguir caminando, de seguir siendo la semilla para dar plantar en medio de cada corazon y de c ada vida; pero para ello es necesario tomarse un tiempo para cargar fuerzas, para vivir un momento de intimidad con nuestro creador. Creo que en esto es muy importante el Amor que Dios nos va mostrando su caminar.
Como siempre somos, como el primer pueblo de Dios Israel, un Pueblo Peregrino, que dia tras dia mostramos nuestra fidelidad para con Dios, con gestos pequeños que dia tras dia transmitimos en nuestros hogares.
No os canseis de ser testigos del Amor Vedadero que es lo que mantiene a la Iglesia y al cristiano en el buen camino . Y esto es necesario, porque el amor es la más alta expresión de la personalidad y la libertad
Hoy Santa Agueda nos muestra esa libertad interior para mostrarnos del, querer ser testigos del amor de Dio: Agueda frente a su busqueda de amor incesante al ser cuestionada:
Aqueda curada, da gracias a Dios, pero le pide a su vez que le conceda por último la corona del martirio.
el procónsul manda llamar a Agueda a quien increpa ásperamente: "Pero tú, ¿de qué casta eres?" "Aunque soy de familia noble y rica-le contesta-, mi alegría es ser sierva y esclava de Jesucristo".
Quinciano se enfurece. Le hace ver los castigos a que la va a condenar si sigue en su decisión, como a un vulgar asesino; la vergüenza que con ello vendría a su familia, la juventud, la hermosura que va a desperdiciar...
"¿No comprendes, le insinúa, cuán ventajoso sería para ti el librarte de los suplicios?" "Tú sí que tienes que mudar de vida, le responde, si quieres librarte de los tormentos eternos."
Desarmado ante tal fortaleza, Quinciano manda la sometan al rudo tormento de los azotes, y ya despechado, sin tener en cuenta los sentimientos más elementales de humanidad, hace que allí mismo vayan quemando los pechos inmaculados de la virgen, y se los corten después de su misma raíz. Deshecha en su cuerpo y en los espasmos de un fiero dolor, es arrojada la Santa en el calabozo, donde a media noche se le aparece un anciano venerable, que le dice dulcemente: "El mismo Jesucristo me ha enviado para que te sane en su nombre. Yo soy Pedro, el apóstol del Señor". (Santoral mercaba)
Pronto el gobernador la vuelve a llamar a su tribunal.
-¿Quién se ha atrevido a curarte?
-Jesucristo, Hijo de Dios vivo. -¿Aún pronuncias el nombre de tu Cristo?...
-No puedo -le responde decidida- callar el nombre de Aquel que estoy invocando dentro de mi corazón.
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