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sábado, 20 de diciembre de 2008

MENSAJE DE BENEDICTO XVI

Queridos hermanos y hermanas, la Navidad es una oportunidad privilegiada para meditar sobre el sentido y el valor de nuestra existencia. El aproximarse de esta solemnidad nos ayuda a reflexionar, por una parte, sobre el dramatismo de la historia en la que los hombres, heridos por el pecado, están permanentemente buscando la felicidad y un sentido satisfactorio de la vida y la muerte; por otra, nos exhorta a meditar sobre la bondad misericordiosa de Dios, que ha salido al encuentro del hombre para comunicarle directamente la Verdad que salva, y hacerle partícipe de su amistad y de su vida. Preparémonos, por tanto, a la Navidad con humildad y sencillez, disponiéndonos a recibir el don de la luz, la alegría y la paz que irradian de este misterio. Acojamos la Navidad de Cristo como un acontecimiento capaz de renovar hoy nuestra existencia. Que el encuentro con el Niño Jesús nos haga personas que no piensen solo en sí mismas, sino que se abran a las expectativas y necesidades de los hermanos. De esta forma nos convertiremos también nosotros en testigos de la luz que la Navidad irradia sobre la humanidad del tercer milenio. Pidamos a María Santísima, tabernáculo del Verbo encarnado, y a san José, silencioso testigo de los acontecimientos de la salvación, que nos comuniquen los sentimientos que ellos tenían mientras esperaban el nacimiento de Jesús, de modo que podamos prepararnos a celebrar santamente la próxima Navidad, en el gozo de la fe y animados por el empeño de una conversión sincera.

¡Feliz Navidad a todos!

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