Es muy importante purificar en Dios
el subconsciente
Con frecuencia me pregunto por el verdadero
sentido de la vida. Tantas personas llegan a mí llenas de dudas. Se preguntan
conmovidas: “¿Voy por el buen camino?”. Como si dudaran del sentido
de su entrega, de sus sacrificios pequeños y grandes, de sus renuncias y
esperanzas guardadas en el alma.
Dudan y tienen certezas. Es propio del alma que
sueña con lo eterno. Es la vida una sinfonía en la que yo sólo toco mi
propia parte musical. Con mi instrumento. Con mi fragilidad. Tal vez de forma
desentonada.
Pero seguro que al escuchar el todo
cada pieza encaja. En Dios, claro, no en mi alma tan pequeña.
Yo sólo sueño un día con escuchar completa esa melodía lograda que no acabo de
comprender cuando contemplo el mundo tan herido y roto. Sin armonía.
Quisiera poder ver su mano barajando el amor
entre hombres rotos, sanados, sostenidos. Jugando con mis manos. Desplegando en
mis palabras su fuerza sanadora. Deseo que la paz reine un día en el
corazón confuso del hombre. Y su reino se vea más de lo que ahora soy
capaz de percibir en medio de tanta guerra.
Y quiero rebelarme. Y gritar que deseo que mi
Dios haga algo. Que se vea su poder. Mi grito suena como esa voz apenas audible
en los labios de Judas cerca ya del Calvario. O como ese gesto esquivo de Pedro
que no quería ser lavado por Jesús en su última cena.
Decía Jean Vanier: “A Pedro le cuesta
comprender a Jesús. No soporta el sufrimiento y la debilidad.
Quiere un Jesús fuerte que va a realizar su misión con éxito. El sufrimiento es
lo que no queremos. Tenemos miedo del sufrimiento. Ser vulnerable significa
tener miedo de ser abandonado. No queremos el sufrimiento. Jesús vino a
traernos algo nuevo en relación al sufrimiento. No lo elimina. Aunque hizo todo
por sostener a los apóstoles para que ayudaran a la gente en su sufrimiento. Lo
que prometió no fue suprimir el sufrimiento sino dar una fuerza nueva para
soportarlo y descubrir un sentido nuevo al sufrimiento. Puede ser fuente de
vida”.
Sueño con esa sinfonía en la que las notas no
son cruces y los acordes llenos de armonía son belleza sin sangre. Y yo veo la
fealdad y me aturde el dolor. Me confunden el pecado y la muerte. Y mi propio
dolor turba mi ánimo.
¡Cómo seguir caminando en medio de
tantas cruces! ¿Por qué no puedo evitar el
fracaso y la muerte? Es como si quisiera jugar a ser Dios en medio de mi vida.
El poder de cambiar la realidad que me rodea.
He escrito muchas palabras con mis dedos.
Algunas las he repetido ya muchas veces. Pero no creo que mi palabra
pueda crear la vida. Sólo las palabras de Jesús guardan en su interior la
semilla de lo eterno.
Mi palabra es frágil. Se eleva en un vuelo
apenas perceptible. Vuela unos segundos en los que yo la veo. Y luego cae
abatida por el paso del tiempo. Me cuesta pensar que mi vida sea como esa
palabra que se eleva altiva para caer sin aliento. O tal vez sí mi vida es un
acto valiente de entregarlo todo por un sueño eterno.
Me uno a las palabras de una persona que
rezaba: “Querido Jesús. En tu roca herida inscribo mi vida herida. Me
conoces. Sabes que soy frágil. Que no soy capaz de besar mi cruz. Me da
miedo. Tengo tantos miedos. A perder lo que tengo. A perder la fama. A no
tener éxito. A perder la salud. Todo me da miedo. A veces hasta Tú me das
miedo. Lo sabes. Perdóname. Te pido que me sostengas. Te necesito. Porque no es
fácil el camino. Me da miedo. Yo soy débil. Me escogiste débil. Eso es un
regalo. Conmigo puedes hacer algo. Eso espero. Con mi vida pobre. Tú escrutas
mi corazón. Lo llevas en el tuyo. En tu corazón herido mi vida se llena de
paz”.
Mi miedo al fracaso, al olvido, al sufrimiento
que tantas veces rehúyo… Me asusta entregarle la vida a Dios en un acto
de renuncia. La sujeto con manos firmes, para que no se escape. La ato
al presente para que no se hunda. No quiero quedarme solo. No quiero perder la
esperanza.
En medio de tanta muerte cuesta ver la luz de
una vida que no tiene fin. De un amor más fuerte que el odio. Camino firme,
seguro. No me convence mi razón al marcarme un camino seguro. No lo pretendo.
Mi corazón tiene tanta fuerza… Necesito que Jesús se abra paso en lo más hondo
de mi alma para guiar lo que vive en mi subconsciente.
El padre José Kentenich decía: “En
nuestros días se observa, en la naturaleza humana, un fuerte afloramiento de lo
irracional, de lo subconsciente. Hacemos, en primer lugar y con mayor
intensidad, lo que deseamos a nivel subconsciente que lo que queremos a nivel
consciente. Así ocurre hoy sin duda y así nos sucede también a todos nosotros.
En relación con nuestra educación y la educación de los valores trascendentes,
es muy importante purificar, transfigurar y embeber en Dios el subconsciente
del hombre, nuestra propia psiquis”[1].
Quiero que su luz penetre hasta los pliegues
más ocultos. Hasta las aguas más hondas en cuyo interior apenas me reflejo.
Quiero dejarle entrar a Él para que logre en mí ese orden que yo no consigo.
Ese orden armónico que tal vez sólo en el cielo veré posible.
Aquí sigo tocando con pasión la parte que me
toca en esa sinfonía. Me gusta mi parte tosca. Lo hago desde mi torpeza. Apenas
empiezo con ritmo. No sé si lograré acabarlo todo. Me pongo en camino. No
le tengo miedo a la vida. Me apasiona vivir.
Muy importante mensaje, Padre. Abrir nuestro ser a Dios y desalojar el miedo. Confiar en el rumbo en que vamos. Pedir por todos los que sufren.
ResponderEliminarLe deseo que todas sus actividades de semana Santa transcurran en amor, paz y armónía.
Le dejo un abrazo.
Muy buena entrada, para leerla varias veces y meditarla desde la pasión , muerte y resurrección de Jesús. Vivamos con intensidad, devoción y fe estos días pater. Saludos cordiales
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