No
sufras y hazlo tú
Me fui una mañana a caminar por el pueblo
mientras rezaba el Rosario. Me gusta mucho recorrer las calles e ir pidiendo
por las familias que viven por donde voy pasando. Me imagino que cada Avemaría
es una flor para la Virgen y que las voy sembrando por todos lados.
Y esa mañana fue muy especial, porque me
encontré a doña Lucía que venía de comprar pan dulce con don Chencho, que por
cierto es el mejor pan de por aquí gracias a su horno de leña.
– Buenos días Padre, ¿a dónde camina con tanto
frío?
– Me vine a rezar el Rosario un ratito, ¿usted
gusta?
– No, Padre, dejé la leche en la lumbre, mejor
cuando acabe véngase a desayunar.
Y así fue, en cuanto acabé me regresé a
disfrutar una taza bien caliente de chocolate con un pancito muy sabroso. Ya en
la plática le pregunté a doña Lucía y su esposo:
– ¿Y cómo han estado? ¿Qué me cuentan?
– ¡Ay Padre! Pues con la pena de que nuestros
hijos nomás no se acuerdan de nosotros, me acabo de disgustar con ellos, nunca
nos vienen a visitar y menos nos hablan, todo el tiempo tenemos que estar
llamándolos e invitándolos nosotros, solo así los podemos ver.
Los puse a prueba hace dos meses y ni siquiera
nos han buscado para ver si seguimos vivos.
– ¿Y ya les preguntó por qué nunca
llaman?
– Pues dicen que se les olvida y que
aunque no nos llamen nos quieren mucho, pero para que queremos amor si se les
olvida dárnoslo. Rece mucho por nosotros, tenemos unos hijos medio
ingratos.
No me sorprendió que se sintiera así. He
escuchado a muchas personas que se quejan y entristecen de lo mismo, sienten
que no importan a sus papás, hijos, amigos…
Hace poco me decía una señora joven que decidió
ya no saludar a su esposo porque siempre tenía que tomar ella la iniciativa, y
bueno, en resumen tienen 10 días sin hablarse… Y lo más interesante es que su
esposo vino a decirme que sentía que su esposa estaba enojada porque ya
no le hablaba, pero le daba pena preguntar qué había hecho.
Todo esto me hace pensar en nuestro Señor
Jesús. Cuentan los evangelios que nunca estaba quieto, que andaba por todos
lados anunciando la Buena Noticia… Imagina si se hubiera sentado en su
casa a esperar a que lo buscaran… ¡Pues no nos habría salvado! Pero
no, Él sabía muy bien que su Padre le dio un don y tenía que compartirlo.
Sufrimos porque no ponemos en
práctica los dones que Dios nos ha dado. Doña Lucía
sufre pues sus hijos no la visitan por su propia iniciativa, aunque cuando está
con ellos es muy feliz, pero como no comprende que sus hijos no tienen el don
de convocatoria decide no aprovechar su propio don y elige sufrir. La esposa de
Carlos es la alegría en vida, pero no se da cuenta de que si bien tiene al
marido más fiel, también es el más tímido del pueblo.
No te quedes solo, si a tu esposa, hijos,
amigos o conocidos no se les ocurre llamarte o visitarte. No sufras y hazlo tú,
no tengo la menor duda de que el buen Dios te dio muchos dones para que lo
uses: llama, acércate e invita…
Padre Sergio
http://www.padresergio.org
La soledad de los ancianos es muy triste y si los hijos no se acercan yo no creo que sea por falta de convocatoria de los hijos, más bien es porque no les apetece estar con personas mayores que les aburren y prefieren irse de vacaciones o hacer todo tipo de actividades que les divierta más.Otros hijos por el contrario se desviven por sus padres y les ayudan en todas sus necesidades.De todas formas son muy buenos consejos el tomar la iniciativa los padres en llamar aunque no tengan éxito.Saludos pater
ResponderEliminarEs preciosa esta entrada... hay que tomar la iniciativa con los que queremos y no dar tanta importancia a los descuidos de los demás. Comprender las edades de actividad voraginosa, ni modo. Pero no privarnos de ver a quienes queremos. Hacer a un lado el orgullo.
ResponderEliminarUn abrazo. P. Milton. Rece por mí también cuando se acuerde.
Es verdad que muchos al llegar sus parientes a ciertas edades dejan de comportarse de manera lógica y se olvidan de cuando ellos eran pequeños y esas mismas personas se sacrificaron por ellos.
ResponderEliminarQué buenos consejos. Un beso.
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