SIEMBRA CONSTANTE Y ESPERANZADA
Puede ser que, en momentos cruciales de la vida, Dios nos
pida decisiones un tanto heroicas. Pero lo normal es que nos pida la siembra
constante de pequeños gestos: colaboración en una organización humanitaria,
formar parte de un grupo de pastoral, integrar una pequeña comunidad que forme
entramado eclesial con otras, un gesto de cordialidad hacia quien vive
deprimido, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de simpatía hacia
quien se siente abandonado, un tiempo de compañía con quien se siente solo, una
afectuosa llamada de teléfono, una postal cariñosa, un pequeño regalo, una
alabanza oportuna, una palabra de estímulo... semillas del Reino que dan mucho
fruto. ¿Quién no puede sembrar muchas de estas pequeñas semillas?
Dejémonos de sueños grandes e imposibles: "Si
tuviera más tiempo, mayores recursos económicos, más autoridad, más
preparación...". Sembremos las semillas que Dios ha puesto en nuestro
zurrón; no soñemos con las de otros. Probablemente no estamos llamados a
pronunciar grandes discursos ante todo un público, pero sí a sembrar la semilla
del Evangelio en conversaciones con amigos, con familiares, con personas con
las que nos encontramos en el vivir diario.
Una palabra cordial, de aliento, de
corrección, de consejo puede orientar o reorientar toda una vida. En
conversaciones de compañeros de estudios convirtió Ignacio de Loyola a
Francisco Javier. He aquí pequeñas acciones al alcance de todos, y ¡qué
consecuencias tienen para la
Causa de Cristo!
Cuando esa siembra es constante, refleja un talante, un
estilo de vida que se convierte en un gran testimonio. Por tanto, sembrad,
padre y madre; sembrad, catequista y profesor; siembra, cristiano, con
constancia y con esperanza, aunque tal vez te dé la sensación de que estás
predicando en el desierto. A veces, cuando menos se piensa, nace la semilla y
llega a dar fruto. Incluso puede ocurrir que tú no llegues a ver el tallo
germinado. La siembra de santa Mónica en el espíritu rebelde de su hijo Agustín
tardó diez años en nacer...
Lección número uno:
Que el mundo es imperfecto. Que la historia es el resultado de agentes
positivos y de otros negativos. Que nadie es bueno del todo y de una vez, así
sea creado por Dios. Porque frecuentemente usamos mal de nuestra libertad.
Lección número dos:
La tolerancia. Jesús nos la presenta sobre una realidad agraria: Dos gramíneas
que crecen en la era. A nadie podemos catalogar de inmediato como pecador o
como justo. Hay que esperar hasta el final.
Lección número tres:
Un día el Señor pondrá las cosas en su punto. Pero mientras tanto lo esencial
no es satanizar la cizaña, sino hacer que grane nuestra espiga. Jesús enseña
que hemos de cavar, regar y abonar, hasta convertir esta era del mundo en algo
aproximado al Reino de los cielos.
Que buenas obras podemos hacer con cosas tan sencillas cómo las que nos dices y que pueden llevar la felicidad tanto a los demás cómo a nosotros mismos.Saludos pater
ResponderEliminar