Muchas
personas que se autodefinen como cristianas dicen:“Yo creo en Dios pero
no en la Iglesia”. En cambio el Credo de Nicea y Constantinopla, que expresa la
verdadera fe cristiana, dice: “Creo en la Iglesia, que es una, santa,
católica y apostólica”. Y la Profesión de Fe agrega lo siguiente: “Creo,
también, con fe firme, todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios
escrita o transmitida por la Tradición, y que la Iglesia propone para ser
creído, como divinamente revelado, mediante un juicio solemne o mediante el
Magisterio ordinario y universal.”
No hay Cristo sin Iglesia ni Iglesia sin Cristo. Cristo
está indisolublemente unido a la Iglesia, su Esposa. La fe cristiana no es
solamente fe en Dios y en Jesucristo; es también fe en la Iglesia fundada por
Cristo, la Iglesia Católica. Dios no quiere tener con cada uno de nosotros una
relación aislada o individualista. “En la plenitud de los tiempos, Dios Padre
envió a su Hijo como Redentor y Salvador de los hombres caídos en el pecado,
convocándolos en su Iglesia, y haciéndolos hijos suyos de adopción por obra del
Espíritu Santo y herederos de su eterna bienaventuranza” (Compendio del
Catecismo de la Iglesia Católica, 1).
La Iglesia peregrina es necesaria para la salvación, porque
sólo ella es el Cuerpo de Cristo, único Salvador (cf. Concilio Vaticano II,
Constitución dogmáticaLumen Gentium, 14). Así como el Padre envió a su
Hijo Jesucristo para la salvación de los hombres, Cristo fundó y envió a la
Iglesia, con la fuerza del Espíritu Santo, para continuar su misión de
salvación. La Iglesia de Cristo y de los Apóstoles es la misma Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con
él (cf. Lumen Gentium, 8).
La Iglesia es un misterio, es decir una realidad divina,
trascendente y salvífica que se manifiesta visiblemente. De ahí que no la
podamos comprender plenamente; no obstante podemos comprenderla en alguna
medida por medio de la razón elevada por la fe. La palabra griega “mysterion”
fue traducida al latín como “sacramentum”. Un sacramento es un signo
eficaz de la gracia de Dios. Por ser un signo de la gracia (o sea, del amor
gratuito de Dios), el sacramento manifiesta visiblemente una realidad invisible
y trascendente. Por ser un signo eficaz, el sacramento realiza lo que
significa, hace presente, viva y operante la gracia de Dios. Por medio del
sacramento, Dios mismo se auto-comunica al hombre. El Dios vivo nos da su
propia vida, que es la vida del espíritu, la vida eterna.
Cristo es el sacramento de Dios. Él es la
imagen visible de Dios invisible, la manifestación plena del amor del Padre.
“En Él habita corporalmente la Plenitud de la Divinidad” (Colosenses 2:9).
La Iglesia es el sacramento de Cristo. Ella es
el Cuerpo Místico de Cristo resucitado, formado por todas las personas que (por
la fe y el bautismo) han recibido el Espíritu Santo que Él les comunicó. La
Cabeza de este Cuerpo es Cristo, quien ama a la Iglesia como a su Esposa y se
entrega a ella enteramente. Cristo instituyó a su Iglesia en la tierra como una
sociedad visible, provista de órganos jerárquicos, y la enriqueció con los
bienes celestiales. Ella es la dispensadora de su gracia, la presencia social
del amor de Dios en medio de los hombres. La claridad de Cristo, luz de los
pueblos, resplandece sobre la faz de la Iglesia. Ella es en Cristo como un
sacramento, o sea un signo e instrumento de la unión íntima de los hombres con
Dios y de la unidad de todo el género humano. La Iglesia es el sacramento
universal de salvación, el sacramento primordial, del cual los siete
sacramentos son otras tantas expresiones privilegiadas. Su alma es el Espíritu
Santo, que une en el Cuerpo de Cristo a quienes compartimos una misma fe y
vivimos en una misma comunión de amor con Dios.
La Iglesia no es una institución meramente humana, como
todas las demás. Es una institución divino-humana, que en cierto sentido guarda
una analogía con la Encarnación del Hijo de Dios. La única persona de Jesús es
verdadero Dios y verdadero hombre, sin confusión ni separación de las dos
naturalezas. Análogamente, la Iglesia una es verdaderamente obra de Dios y obra
de los hombres. Por eso la realidad de la Iglesia-Misterio va mucho más allá de
lo que podemos ver de ella.
Lamentablemente, hoy muchos cristianos piensan que la Iglesia es
algo secundario o transitorio. Lo importante sería el Reino de Dios; la Iglesia
sería válida sólo en la medida en que sirviera al crecimiento del Reino. Esas
personas no perciben la íntima conexión entre Iglesia y Reino de Dios porque
han perdido de vista la esencial dimensión mistérica de la Iglesia; y así han
caído en una visión secularista de la Iglesia como simple organización humana.
Esa visión no es correcta, puesto que no es posible separar Iglesia y Reino de
Dios, como si la Iglesia fuera un mero instrumento del Reino, comparable a
otros. Para superar la actual crisis de fe, los cristianos necesitan, entre
otras cosas, creer en el misterio de la Iglesia, en su belleza eterna. El
Concilio Vaticano II en cierto modo identifica a la Iglesia con el Reino:
“Cristo... inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio
y con su obediencia realizó la redención. La Iglesia o reino de Cristo,
presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el
mundo” (Lumen Gentium, 3). La Iglesia terrestre es el Reino de Dios en
germen y la Iglesia celestial es el Reino de Dios consumado.
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lA ENTRADA DE HOY HA SIDO UNA GRAN CATEQUESIS.......YO CREO EN DIOS Y EN SU IGLESIA POR ELLO SOY CATÓLICA,APOSTÓLICA Y ROMANA ASÍ QUE ME SIENTO MUY AFORTUNADA DE TENER FE Y NO DEJO DE DARLE GRACIAS A DIOS POR ELLO. SALUDOS PATER
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