Queridos amigos!
1. Al escuchar el
diálogo entre Jesús resucitado y Simón Pedro en el banco del Mar de Galilea,
las tres preguntas que allí se formulan sobre el amor y las respuestas a ellas,
recordamos la historia de vida del
pescador de Galilea que precede la escena descripta y el descubrimiento que se
produce en esa conversación. Sabemos que un día él dejó todo: sufamilia, su barco, sus
redes... y siguió al Maestro de Nazaret, un Maestro con un estilo bastante
diferente. Se volvió Su discípulo. Aprendió Su forma de ver las cosas de Dios y
de la gente, a través Su pasión y Su muerte, atravesó un momento de infidelidad
y de debilidad personal Más tarde, tuvo la oportunidad de vivir un
momento de estupor y alegría al saber a Jesús Resucitado y al presenciar Su
aparición a los discípulos más cercanos antes de ascender al Cielo.
También sabemos
cómo continuó la conversación, o en realidad debería decir la prueba de amor de
la que nos habla el Evangelio de hoy; Simón Pedro, fortalecido por el Espíritu
Santo, se convirtió en un valiente testigo de Jesucristo. Se convirtió en la
sólida roca sobre la que se fundó la Iglesiaque estaba
naciendo. En Roma, en la capital del Imperio Romano, Pedro pagó un alto precio
por eso: fue crucificado como su Maestro. La sangre de Pedro, derramada en
nombre de Jesús, fue el comienzo de la fe y del crecimiento de la Iglesia, que
más tarde se extendió por todo el mundo.
Hoy Cristo nos
habla a nosotros, en Cracovia, en los bancos del río Vístula, que recorre toda
Polonia, desde las montañas hasta el mar. La experiencia de Pedro puede llegar
a ser la nuestra e inspirarnos a reflexionar.
Planteémonos tres
preguntas y busquemos las respuestas. En primer lugar, ¿de dónde venimos? En
segundo lugar, ¿dónde estamos hoy, en este momento de nuestra vida? Y, por
último, ¿dónde vamos a ir y qué vamos a llevar con nosotros?
2. ¿De dónde
venimos? Venimos de “todas las naciones del mundo” (Hch 2,5), como aquellos que
llegaron en gran número a Jerusalén el Día de Pentecostés, pero aquí somos
incomparablemente muchos más que hace dos mil años, porque llevamos siglos de
prédica del Evangelio; desde entonces, ha llegado hasta los confines del mundo.
Traemos la experiencia de culturas, tradiciones y lenguas diferentes. También
traemos el testimonio de la fe y de la santidad de las generaciones pasadas,
así como de las generaciones presentes de nuestros hermanos y hermanas que
siguen al Señor Resucitado.
Venimos de tantas
partes del mundo donde la gente vive en paz, donde las familias constituyen comunidades
de amor y de vida y donde la juventud puede hacer realidad sus sueños. También
hay entre nosotros tantos jóvenes cuyos países sufren guerras y todo tipo de
conflictos, donde los niños mueren de hambre y donde los cristianos son
brutalmente perseguidos. Entre nosotros hay peregrinos de lugares del mundo
regidos por la violencia o el terrorismo, donde los gobiernos, regidos por
ideologías insanas, usurpan el control de los hombres y de las naciones.
A este encuentro
con Cristo traemos nuestra experiencia personal de vivir de acuerdo con el
Evangelio en este difícil mundo. Traemos nuestros temores, nuestras decepciones
y también nuestras esperanzas y anhelos, nuestro deseo de vivir en un mundo más
humano, en el que reine la fraternidad y la solidaridad. Reconocemos nuestras
debilidades pero, al mismo tiempo, creemos que “podemos todo en Aquel que nos
conforta” (Flp 4,13). Podemos hacer frente a los desafíos del mundo moderno
donde el hombre elige entre la fe y la incredulidad, el bien y el mal, entre el
amor y aquello que rechaza al amor.
3. ¿Dónde estamos
ahora, en este momento de nuestras vidas? Hemos venido de muy lejos. Muchos de
nosotros hemos viajado miles de kilómetros y hemos invertido mucho en este
viaje, para estar aquí. Estamos en Cracovia, antigua capital de Polonia.
Nuestro país, el cual ha recibido la luz de la fe hace mil cincuenta años
atrás, ha tenido una historia muy difícil; aun así, siempre intentó mantenerse
fiel a Dios y al Evangelio.
Estamos aquí
porque hemos sido reunidos por Cristo. Él es la luz del mundo. Nunca caminará
entre tinieblas aquel que me siga (Jn 8,12). Él es camino, la verdad y la vida
(Jn, 14,6). Él tiene palabra de Vida Eterna, ¿a quién iremos? (Jn 6,68). Solo
Él, Jesucristo, puede satisfacer los anhelos más profundos del corazón humano.
Él es el que nos ha traído hasta aquí. Él está presente en medio de nosotros.
Él nos acompaña como a los discípulos de Emaús. En estos días encomendémosle
nuestros problemas, nuestros miedos y nuestras esperanzas. En estos días Él nos
va a preguntar sobre el amor, como hizo una vez con Simón Pedro. No evitemos
las respuestas a esas preguntas.
El encuentro con
Jesús es, al mismo tiempo, la experiencia de lo que la gran comunidad de la
Iglesia debe ser: la comunidad que va más allá de los límites establecidos por
los hombres para dividir. Somos todos hijos de Dios, redimidos por la sangre de
Su Hijo, Jesucristo. La experiencia de experimentar la Iglesia del mundo es el
gran fruto de la Jornada Mundial de la Juventud. Depende de nosotros, de
nuestra fe y de nuestra santidad. Es nuestra tarea asegurarnos de que el
Evangelio llegue a aquellos que no han escuchado hablar de Jesús todavía o que
no sepan mucho sobre Él.
Mañana, el Pedro
de nuestro tiempo, el Santo Padre Francisco, estará entre nosotros. Pasado
mañana vamos a saludarlo en este mismo lugar. En los siguientes días vamos a
escuchar sus palabras y orar con él. La presencia del Papa en la Jornada
Mundial de la Juventud es otro hermoso rasgo característico de esta celebración
de la fe.
4. Y, finalmente,
la tercera y última pregunta: ¿dónde vamos a ir y qué vamos a llevar con
nosotros? Nuestro encuentro va a durar solo unos días. Va a ser una experiencia
espiritual muy intensa, y al mismo tiempo, en cierto punto, exigente
físicamente. Luego, volveremos a nuestras casas, familias, escuelas,
universidades y trabajos. Quizás, durante estos días, tomemos importantes
decisiones. Quizás nos propongamos nuevas metas en nuestras vidas. Quizás
escuchemos claramente la voz de Jesús que nos dice que dejemos todo y Lo
sigamos.
¿Con qué vamos a
llegar a casa? Mejor no anticipar la respuesta a esta pregunta. Durante estos
días compartamos nuestros tesoros más preciosos con todos. Compartamos nuestra
fe, nuestra experiencia, nuestra esperanza. Mis queridos jóvenes amigos, que
estos días sean la oportunidad de modelar sus corazones y sus mentes. Escuchen
atentamente las catequesis de
los obispos. Escuchen la voz del Papa Francisco. Participen de la liturgia con
todo el corazón. Aprovechen el amor misericordioso del Señor que se derrama en
el sacramento de la reconciliación. Descubran los templos de Cracovia, la
riqueza de su cultura, la hospitalidad de sus habitantes y de otras ciudades de
la zona donde vamos a descansar luego de estos ajetreados días.
Cracovia vive a
través del misterio de la Divina
Misericordia, gracias a la humildad de la hermana Faustina y de Juan Pablo II que
hicieron que la Iglesia y el mundo fueran más conscientes este don de
Dios. Al volver a nuestros países, hogares y comunidades, llevemos la llama de
la misericordia y recordémosle a todo el mundo que son “bienaventurados los
misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt. 5,7). Lleven la
llama de la misericordia y con ella enciendan otras llamas, que los corazones
de los hombres latan al ritmo del Corazón de Jesús, “un horno ardiente de
amor”. Que la llama del amor inunde nuestro mundo y haga desaparecer el
egoísmo, la violencia y la injusticia. Que nuestro mundo sea conquistado por la
civilización del bien, de la reconciliación, de la paz y del amor.
El profeta Isaías
nos dice hoy: “¡Qué hermosos son sobre las montañas los pies de los mensajeros
de la paz, de los que anuncia la Buena Noticia!” (Is. 52,7). Juan Pablo II fue
este tipo de mensajero; él fue el iniciador de la Jornada Mundial de la
Juventud, amigo de los jóvenes y de las familias. Sean esta clase de mensajeros
también. Lleven la Buena Noticia de Jesús al mundo. Den testimonio de que vale
la pena confiar en Él y que debemos encomendarle nuestra vida. Abran sus
corazones a Cristo. Prediquen con convicción como San Pablo “ni la muerte ni la
vida... ni nada en toda la creación podrá separarnos del amor de Dios,
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.” (Rm. 8, 38-39)
¡Amén!
Ha sido muy emotivo este encuentro del Papa con la juventud, ójala y de muchos frutos.Saludos pater
ResponderEliminarMis nietos han estado en este encuentro y han venido muy contentos y emocionados.Recemos para que los frutos sean buenos y abundantes.
ResponderEliminarUn saludo cordial