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sábado, 22 de mayo de 2010

DOMINGO DE PENTECOSTES

Hemos llegado al tiempo de Pentecostes, al dia mas sabroso dentro la liturgia de la Iglesia, en la que nos encontraremos con rasgos fundamentales de nuestra fe, en la que invocaremos los dones del Espiritu Santo, estos mismos dones que acompañaron a los primeros apostoles, estos mismos dones que ayudaron a Pablo a buscar el Cambio en su vida.

Pentecostés es la fiesta de Espíritu y de la comunidad. Es la culminación de la Pascua. La vida nueva que Jesús consiguió es también nuestra vida. Muchas veces no somos conscientes de la actuación del Espíritu en nosotros. Quizá sea porque no le dejamos actuar....Da la sensación de que estamos como los discípulos antes de Pentecostés: decimos que creemos en Jesús, nos confesamos cristianos, pero vivimos apocados, medrosos, sin garra. Entonces nos refugiamos en nuestra fortaleza por miedo a salir al mundo. Pero la imagen que define mejor a la Iglesia no es la de la fortaleza, sino la de la tienda que se planta en medio del mundo.
Quiza muchos de nosotros dejamos de lado al espiritu santo sin haberlo conocido, puede que si, pero es imperiosa que podamos decir:

Tu que lo aclaras todo
Espíritu Santo, Tu que me aclaras todo,
que iluminas todos los caminos para que yo alcance mi ideal.
Tu que me das el don Divino de perdonar y olvidar el mal que me hacen y que en todos los instantes de mi vida estas conmigo.
Quiero en este corto diálogo agradecerte por todo y confirmar que nunca quiero separarme de Ti, por mayor que sea la ilusión material.
Deseo estar contigo y todos mis seres queridos en la gloria perpetua.
Gracias por tu misericordia para conmigo y los mios.
Gracias Dios mio.

El Espiritu Santo es una  de las tres  personas  de la  Santisima  Trinidad, quiza la  mas  desconocida por  todos  nosotros, pero la  mas  fuerte  y que  siempre esta aleteando  al rededor  nuestro,  asi como  dice  San Agustin:

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

Espíritu Santo, inspíranos, para que pensemos santamente.
Espíritu Santo, incítanos, para que obremos santamente.
Espíritu Santo, atráenos, para que amemos las cosas santas.
Espíritu Santo, fortalécenos, para que defendamos las cosas santas.
Espíritu Santo, ayúdanos, para que no perdamos nunca las cosas santas.

El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Las palabras de Pablo son rotundas y no dejan lugar a dudas: los cristianos, los discípulos de Cristo, no estamos sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en nosotros. Si el Espíritu de Dios no habita en nosotros, no nos van a salvar nuestras creencias, ni nuestros rezos, ni nuestras penitencias. Debe ser siempre el Espíritu de Dios el que dé vida y calor a cada una de nuestras palabras y a cada uno de nuestros actos. Para tener el Espíritu de Dios no hace falta saber teología, ni hacer milagros, ni ser una persona importante en la sociedad. Basta con ser una persona de Dios, una persona buena, al estilo y según el Espíritu de Jesús de Nazaret. El cuerpo, nuestro cuerpo, nos acompañará siempre, con sus debilidades, con sus pasiones, con sus caídas y tropiezos, pero no nos dejaremos vencer ni dominar por la rebeldía y tentaciones del cuerpo, porque será siempre el espíritu el que nos guíe y nos oriente. Para eso, Dios nos ha enviado a su Espíritu Santo, un Espíritu defensor y consolador

Los dones del espíritu tienen hoy su traducción. El don de sabiduría nos capacita para distinguir la realidad de la fantasía y vivir en consecuencia. El sabio es aquel que encuentra el secreto de la felicidad: la vida según Cristo. La inteligencia nos ayuda a aceptar los cambios que se producen en la sociedad para el bien común. Tener una mente abierta es señal de inteligencia. El don de consejo nos lleva a indagar bajo lo visible para descubrir las causas ocultas y poder ayudar al que nos lo pide. La piedad nos protege del egoísmo y del materialismo. La ciencia nos marca una dirección consistente en nuestras vidas, nos ayuda a conocer cómo son las cosas. El temor de Dios, entendido en el buen sentido, es beneficioso y nos hace realizar obras buenas, como el niño que respeta a su querido padre y no quiere defraudarle. La fortaleza es necesaria para un verdadero amor, pues nos da valor para asumir un compromiso auténtico y maduro. Con los dones que el Espíritu nos regala todo es posible desde ahora.

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